Capítulo Unico

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Caliente, demasiado caliente. Sentía su pecho arder y su boca seca y jadeante, tratando de capturar aire para sus necesitados pulmones.

No era la primera vez que sentía ese calor, después de todo hacía tiempo que había roto su celibato, cayendo a las garras de cierto ardiente y necesitado demonio. Sin embargo cada vez se seguía sentía sintiendo como la primera.

Tripitaka aún recuerda como al principio había intentado negarse. El siendo un monje tan devoto había resguardado con sumo cuidado su pureza por años, siguiendo los dogmas inculcados por su religión, sin ninguna clase de pensamiento pecaminoso entorpeciendo su camino.

Y sin embargo allí estaba, aferrándose al fuerte cuerpo del demonio, esos brillantes ojos dorados con esclerótica roja observándole con una pasión sin igual, como si quisiera devorarlo. Y no pudo evitar sentir un escalofrió de placer ante esa mirada, la misma que lo había cautivado y atrapado en ese acto sucio y prohibido.

Una embestida le recordó donde estaba y exactamente qué estaba haciendo. Soltó un gemido de sorpresa.

―¿Sucede algo, maestro?

La voz más grave de lo usual le provocó otro escalofrió, aunque a pesar del ambiente caliente sintió el toque amable del sabio que iguala al cielo en su rostro, su mirada suavizándose con preocupación, tal vez pensando si le había hecho daño o si quizás había sido muy rudo en sus rondas anteriores.

Esos gestos hicieron a su corazón apretarse con una dulzura que antes creía desconocida.

Que Buda perdonará su alma pecaminosa, porque aunque quisiera no podía negarlo más: No el sentimiento que se alojaba en su pecho con cada mirada, cada caricia y cada beso proveniente de Sun Wukong, su querido mono.

Acarició la mano ajena y beso la palma, sacándole un pequeño sonrojo al otro por su gesto.

―No, tranquilo... solo pensaba lo mucho que me gustan tus ojos.

Y le sonrió, de la manera tan dulce y gentil que solo él podía hacer, aun acariciando la mano en su rostro. Aquella sonrisa por la que Wukong había caído perdidamente enamorado.

No pudo controlarse más: se lanzó a sus labios sacándole un gemidito al monje por el repentino arrebato, cosa que aprovecho para colar su lengua dentro, recorriendo su dulce interior y enredándose con la inexperta lengua ajena.

Solo su maestro le provocaba eso. Era el único que había logrado entrar en su corazón, todo le pertenecía a el: su cuerpo, su alma, su voluntad.

Porque lo adoraba y estaba dispuesto a lo que sea con tal de seguir a su lado.

―¡Uhu! Wu...Kong ah ― gimoteó entre el beso, sintiendo como el mono empezó a retomar sus embestidas.

Este gruñó encantado al oírlo, manteniendo un ritmo firme pero moderado. Luego de unos segundos rompió el beso, no sin antes dar una lenta y erótica lamida en sus labios, cosa que hizo ruborizar más al monje.

Su lengua siguió descendiendo hacia su cuello, donde lamió con extrema lentitud antes de rozar la manzana de adán con sus caninos, sacándole un suspiro al monje.

―Maestro...

El susodicho apretó su agarre en la nuca ajena, sintiendo como Wukong jugueteaba con la sensible piel de su cuello mientras le embestía con aquella pasión que le hacía derretirse. Llegados a este punto, donde compartían pasionales encuentros lejos de los ojos de los otros peregrinos, dedicándose miradas anhelantes y tratando de estar lo más cerca posible, ambos estaban seguros de lo que sentían.

Wukong ya no estaba en este viaje por obligación, por querer librarse de la corona en su cabeza ni por deshacerse del monje.

Y Tripitaka ya no estaba solo enfocado en su sagrada misión, en cumplir por la encomienda de la diosa Guan Yin y Budda.

Dulce Tentación (SunTang)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora