22. Vámonos

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A su regreso, el publicista estuvo lleno de ganas de trabajar, sentía que su vida comenzaba a tener sentido.

En Manhattan Beach vivía su tía Delia a escasos 10 minutos de donde estaba la pequeña empresa publicitaria que Orlando compró como sucursal de Élite. Ese día la visitó, y al salir la señora de 58 años se sorprendió notando el nuevo transporte de su sobrino.

—¿Qué pasó con tu auto deportivo?

—Tía, un hombre como yo necesita un vehículo grande.

—Una minivan está preciosa, pero ¿como pretendes conseguir novia en un auto así? —le dijo arrugando la cara—. Recuerda que según la situación del hombre es el auto que maneja.

—Sí, ya te he escuchado decirlo muchas veces —replicó Orlando yendo con Delia al interior de la casa.

—Con este auto para serás un hombre casado y con hijos y así olvídate de conquistar a alguna chica, aunque Odette estaría dispuesta a darte el sí y a mí me gustaría verte pronto formando una familia. Esa chica parece seria, profesional y es muy linda.

—Pero a mí no me interesa —respondió Orlando—. Yo deseo una chica menos seria, menos profesional. Ya ves lo que pasó con Rebeca. Quiero una mujer que me haga reír, que me sorprenda y que me haga escapar de mi vida común.

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Marta se sentía mejor sin la inflamación en sus miembros. Ya podía caminar con muletas y estaba decidida a irse a Manhattan Beach. La noche anterior se lo confirmó a Orlando por teléfono y después a Juliana.

—¿Nos abandonarás también?

—A ustedes no, a este lugar que desde la partida de Orlando perdió el encanto y yo siento que necesito estar con él. Además, sé que no ha conseguido una verdadera secretaria y yo quiero ser quien lo ayude —dijo con esa coquetería que ya extrañaban ver en ella.

Juliana comprendió deseándole lo mejor.

—¿Cuándo te vas?

—Falta mucho todavía, poco más de un mes. Debo arreglar unos asuntos con la abuela y estaré lista.

—¿Vendrá Orlando por ti?

—Sí —dijo emocionada.

Los noticieros hablaban de Harry y su juicio que terminaría pronto. Selena lo ganaría gracias a las grabaciones en video que había en el edificio. Seguía comunicándose con ella, pero no tanto por las constantes entrevistas que daba en televisión y demás medios. Marta le pidió que no la involucrara, ella no tenía humor de ser figura pública.

Una madrugada sonó el teléfono y al escuchar a Orlando en la línea casi saltó de la cama.

—¡Qué gusto escucharte! Te habías tardado en llamar —le recordó su promesa de estar en contacto.

—¿Ya estás lista?

—¿Para qué?

—Vengo por ti —dijo Orlando—y te voy a agradecer que me abras la puerta. Estoy estacionando mi camioneta frente a tu edificio.

Marta se levantó incrédula.

—¡No te creo! —exclamó dichosa.

—Estoy bajando del auto, adiós.

Marta se levantó y corrió al baño. Se alisó los cabellos y sabiendo que no tenía tiempo para más. Orlando iba a tocar a su puerta cuando  abrió, lo miró de pie en el umbral de su puerta. Se veía tan hermosa con ese camisón de algodón, ya sin huellas físicas de haber sufrido un daño como el que ocurrió. En esos momentos el hombre se preguntó qué pudo haber hecho para enfurecer tanto a Harry. Nunca quiso preguntarle qué ocurrió o si discutieron.

Ahora solo deseaba abrazarla y no dejarla más. Marta no lo pensó y lo hizo. Conversaron un poco más de una hora hasta que la chica notó su cansancio por conducir desde Manhattan Beach hasta ella en Los Ángeles.

—Son las 3 de la mañana —dijo Marta— vamos a dormir.

—¿Compartiré tu cama? —preguntó Orlando cansado—. Solo quiero que me prometas que me respetaras.

—Lo prometo.

Marta había renunciado dos días antes, así que a la mañana siguiente que se dieron las 9 y Orlando no despertó, se quedó en la cama a su lado, observándolo, recorriendo su figura. Estaba más bronceado por el sol y más irresistible que antes. Ese hombre le gustaba demasiado. Quizás con él descubriría lo que era hacer el amor, pero tenía también se sentía incapaz de responder como una mujer normal.

Desayunaron y luego Marta recogió sus pertenencias para después irse a despedir de sus amigos.

—Bribón, estás consiguiendo lo que quieres, ¿verdad?—murmuró Juliana.

—Aún no —respondió viendo las piernas de Marta que traía un short tan pequeño y entallado como su top bajo la blusa.

—Tenías que ser hombre —le reprochó a la mujer— pero sé que serás el indicado para enseñarle lo que tenga que saber y más te vale que lo disfrute.

—¿Qué te hace pensar que me quiero acostar con ella?

—Jamás te vi que desnudaras a alguien con la mirada y ya lo hiciste.

DESAFÍO AL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora