Después de la clase de Literatura tuve un turno libre porque la profesora de química no vino hoy, así que saqué el libro que cogí esta mañana y pasé una hora y media leyendo.
Hace a penas unos minutos sonó el timbre que indica la hora del almuerzo y voy rumbo a la cafetería. Empujo las puertas dobles del local y las miradas furtivas lanzadas en mi dirección no pasan de ser persibidas mientras camino a la fila.
Según mis padres, el día que cumplí cuatro años de edad mis ojos cambiaron de color de un día a otro. Estaban alarmados y no sabían que hacer.
Y pensar que tenías pupilas comunes. No puedo imaginarte.
Después de llevarme al médico descubrieron que esta afección tenía posibilidad de venir de los genes, y ser heredada. Claramente ni mis padres, ni ningún miembro de mi familia jamás lo habían presenciado así que descartaron esa idea. Me hicieron miles de exámenes y pruebas durante semanas. Tanto los médicos como mis padres estaban confundidos ya que mi cuerpo estaba en perfectas condiciones y no había ningún tipo de síntoma que asegurara la llegada de la heterocromía en el iris. Al final, me dieron como un caso especial y no insistieron en la proveniencia de algo que es mundialmente conocido. Mis padres quedaron desconfiados pero con el paso de los años dejaron de darle importancia y lo aceptaron.
La fila disminuye, entre tanto ojeo el lugar en busca de Ally, pero no está por ninguna parte. En cambio, ubico en la fila de la izquierda una mesa cargada de chicas con maquillajes extravagantes y vestimentas que deberían prohibirse en el colegio, rodeando a un solo chico en especial. Si no mal recuerdo, su nombre es Jean —lo reconozco por su melena oscura —y está sonriendo y coqueteando con todas.
Que pretencioso.
Hago una mueca cuando finalmente llega mi turno en la fila.
—Quiero un café con leche y uno de esos pastelitos cremosos, por favor.
(...)
Después de que la expendedora de café se rompiera tuve que esperar diez minutos para que me entregaran mi café con leche. Así que, con diez minutos de atraso de mi hora de almuerzo me apresuro a buscar una mesa vacía.
Lástima que la suerte nunca está a mi favor, pues cuando logro ver un lugar desocupado, un chico pasa a mi lado y choca bruscamente mi hombro tirándome al suelo estrepitosamente.
Apuesto a que fue a propósito.
El dolor de la caída y las carcajadas de los expectadores no se hacen esperar. Sostengo mis palmas contra el suelo soltando un alarido y mientras me reeincorporo persivo el café derramado por toda la superficie enlosada y ni siquiera logro visualizar donde cayeron los pastelitos. Mi sudadera quedó manchada y me duelen las rodillas por el impacto.
Todos me señalan mientras ríen a carcajadas como si de una función se tratara. Aprieto los puños por la impotencia de no poder hacer nada, y justo cuando estoy a punto de echar a correr y huir de esta humillación, un silencio sepulcral llena el espacio.
Los integrantes de la sala giran al unísono sus cabezas a una mesa de la esquina, donde se ubica el pelinegro conquistador. Este último ha dado un fuerte golpe en la madera que hizo callar todas las voces del lugar.
Mantiene la mirada inmóvil en el suelo, sin observar a nadie en específico. Así durante unos segundos y de la nada, sigue charlando animandamente con las chicas.
¿Qué rayos...?
Sin darle mucha importancia el foco de estudiantes se desestabiliza y todos vuelven a lo suyo. Así de golpe, dejo de ser el centro de atención. Si su misión era quitarme el apetito, lo lograron.
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EN MIS SUEÑOS
FantasyDesde niña Stella siempre solía decir que las personas venían al mundo con una misión que cumplir. Era fiel al pensamiento de que ella también tenía algo que llevar a cabo, se lo aseguraba todas las noches frente al espejo. Esa idea cambió cuando l...