Capítulo 1: Misión Superar la Frontera del Desconocimiento

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A Arlo le gustaban las rutinas.

No siempre había sido así, por supuesto. Algunos pocos años atrás cuando todavía no tenía tantas responsabilidades sobre sus hombros y la vida era diferente, la idea de despertarse en las mañanas y repetir las acciones del día anterior una y otra y otra vez la hacían querer gritar. Había algo en la falta de espontaneidad y aventura que le hacía pensar que estaba echando a perder los que se suponía eran sus mejores años, y por esa razón aprovechaba cada pequeña oportunidad que tenía para hacer cosas nuevas, salir con amigos, divertirse, aprender. Vivir.

Claro que eso era antes. Ahora, ya en la universidad, lo que más deseaba era estabilidad y tranquilidad. El saber cómo se iba a desarrollar su día incluso antes de que este iniciara le traía paz. No es que no llevara en el corazón todos los recuerdos que su estilo de vida anterior le había brindado, sino que más bien había encontrado una belleza muchísimo mayor en apreciar las pequeñas cosas de la cotidianidad, tales como el gato de su vecina que la despertaba siempre a la misma hora rascando su puerta por comida, o la pareja de ancianos que tomados de la mano caminaban felices por las tardes frente a su casa.

Pero si había algo que adoraba de su rutina diaria, era verla a ella.

Arlo encontró la cafetería en la que trabajaba actualmente el mismo día que decidió independizarse de sus padres. Justo ahí, en una calle de lo más escondida y solitaria, y con las ventanas levemente cerradas, se topó con el que ahora era su lugar rutinario favorito. Y es que este combinaba todo lo que le gustaba; tenía un sector repleto de libros que los clientes podían elegir para pasar su rato, su música favorita tocando de fondo suavemente, compañeros de trabajo que pronto se convirtieron en amigos, y un ambiente que el olor a café terminaba por volver casi mágico. Pero por sobre todas las cosas a las que había empezado a dar un lugar en su corazón, estaba la chica de cabello rubio y flequillo que en ese momento se encontraba sentada en una de las mesas.

Su nombre era Billie.

Billie solía visitar la cafetería todos los lunes y viernes a la misma hora. Se sentaba en la misma mesa y pedía exactamente la misma bebida cada día. Lo único que cambiaba era el dibujo en el que estaba trabajando o la canción que estaba escribiendo.

La primera vez que Arlo la vio, derramó el café que estaba preparando. Se podría decir que había sido lo más cercano a experimentar amor a primera vista que le había sucedido nunca. Sus ojos eran de un azul tan profundo que la invitaban a perderse en ellos, y la sonrisa avergonzada que le dio cuando notó el café en el suelo fue más que suficiente para iluminar todo su día.

Estuvieron unos segundos frente a esa escena hasta que Arlo pudo despertar de su ensoñación y disculparse por el desastre que había causado. Billie solo río y la tranquilizó, preguntando si se había quemado e incluso pidiendo perdón ella misma por haberla asustado. Luego procedió a sentarse en la mesa más alejada del resto, aquella que se encuentra al lado de la ventana y no recibe tanta luz artificial, y comenzó a dibujar hasta que llegó su café con leche de almendras.

Y ese fue el inicio de su relación. No intercambiaron muchas palabras las primeras semanas después de conocerse, pero Arlo siempre despertaba con una alegría poco usual aquellos días que sabía que vería a Billie. Solo verla allí sentada le aceleraba el corazón y la hacía suspirar.

Con el paso de los meses, se podría decir que se acercaron un poco más. Empezaron a compartir miradas y sonrisas de vez en cuando, breves conversaciones durante el tiempo libre de Arlo, e incluso algunas bromas privadas. No eran amigas, no, y en realidad tampoco se conocían verdaderamente, pero si alguien las hubiera visto desde lejos cada vez que interactuaban, no cabe duda que hubiera pensado que eran dos jóvenes enamoradas.

Antes de vernos caer//b.eDonde viven las historias. Descúbrelo ahora