Capítulo 3: Miedo a lo que la oscuridad esconde

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La soledad no era ajena a la vida de Arlo, y realmente tampoco le molestaba.

No es que no tuviera amigos, o que no pudiera llamar a sus padres, simplemente disfrutaba de pasar tiempo consigo misma. Como en ese momento.

Había terminado de trabajar hace unas horas y con el tiempo que tenía libre decidió cocinar su comida favorita: pasta. Mezcló la harina y los huevos mientras su artista favorita tocaba de fondo y a sus fosas nasales llegaba el aroma de las velas que había prendido. Todo eso mientras obviamente pensaba en Billie y como hubiera deseado que la "cita" que iban a tener no se hubiera cancelado.

No se había enojado con ella ni nada parecido, en realidad le parecía gracioso el mal funcionamiento de la memoria de la rubia. Arlo estaba segura de que si no hubiera gente que se lo recordara, Billie olvidaría hasta su propio cumpleaños, característica muy diferente a ella que recordaba hasta los más mínimos detalles en su vida.

En realidad, era muy probable que incluso se hubiera olvidado de avisarle que ya había regresado a su casa. Arlo miró la hora y, sabiendo que Billie planeaba llegar temprano a su casa, le parecía extraño no haber recibido ningún mensaje todavía. Era tarde. Así que decidió enviarle ella un texto, sin querer llamarla todavía por si se estaba divirtiendo y Arlo interrumpía su momento.

Ya cuando el reloj dio las dos de la mañana, ella ya había terminado de comer y ordenar, y ninguno de los mensajes que había enviado habían sido respondidos, la ansiedad de esperar alguna señal de vida de la rubia se convirtió en preocupación. Sí era propio de Billie olvidarse las cosas, pero no no hablarle. O no despedirse antes de dormir. Claro que podría haberse quedado dormida o todavía estar en la fiesta, pero el hueco en su estómago cada vez se hacía más grande. No tenía un buen presentimiento.

Y justo cuando estaba a punto de apretar el botón de llamada, la cara de Billie apareció en su pantalla.

La estaba llamando.

Una ola de alivio le corrió el cuerpo y por fin pudo sonreír ante la idea de su Billie llamando.

–¡B! No sabes lo preocupada que me tenías –rió Arlo, acomodándose mejor sobre su sillón–. Ya estaba a punto de llamar a la policía –bromeó.

Pero la única respuesta que obtuvo del otro lado de la línea fue silencio. Un silencio que le heló los huesos y le arrancó la sonrisa del rostro en un segundo.

–¿Billie?¿Estás bien? –preguntó parándose del sillón y pasando la mano por sobre su cabello. Unos segundos más tarde antes de que Arlo pudiera volver a hablar, una voz susurró casi de forma apagada, dejándola con el aire en la garganta.

–Arlo necesito que me vengas a buscar.

–¿Qué?¿Pero pasó algo?¿Estás en la fiesta toda-

–Lo. Por favor. –la interrumpió Billie sollozando. Su voz era difícil de entender, como si no pudiera abrir suficiente la boca para modular correctamente.

–Sí. Sí, por supuesto que te voy a buscar bebé. Necesito saber dónde estás –urgió Arlo mientras agarraba su chaqueta y las llaves de su auto para salir a toda velocidad de su departamento.

–No lo sé. Sólo veo árboles. Arlo sólo veo árboles –dijo esta vez con mayor desesperación y un llanto ahora incontenible–. Tengo mucho miedo, no puedo moverme.

–Está bien B, no pasa nada, ya estoy yendo. Necesito que por favor me compartas tu ubicación en el celular, ¿sí bebé? ¿Puedes hacer eso?

Arlo escuchó una pequeña afirmación mientras entraba a su auto, y apenas Billie le habilitó su ubicación pisó el pedal. En el medio de la nada, a cuarenta minutos de distancia, es donde se encontraba la chica que tenía su corazón en sus manos. Con las manos sudándole de los nervios y las náuseas a flor de pie, Arlo estaba segura de que podía llegar en veinte minutos. Después de todo, ya no había autos en las calles a esa hora.

Antes de vernos caer//b.eDonde viven las historias. Descúbrelo ahora