Despertando

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Jueves.
Otra mañana, otro día de clases. Otra tortura.
Al menos estamos cerca del fin de semana.
No suelo desayunar nada antes de irme, por lo que puedo permitirme dormir un poco más.
Abrí el armario y cogí lo primero que vi, tampoco es que esté muy interesada en ir presentable a la universidad.
Me dirigí a la parada de autobuses como hago todas las mañanas, solo que ésta era más fría de lo usual; así que encendí un cigarrillo para calentarme mientras esperaba.

Una vez arriba, me dirigí hasta el fondo del autobús y me senté en los asientos de la última fila. Es una de las ventajas de ir tan temprano. No hay gente.
Cerré los ojos para pensar un poco.
El primer pensamiento que atravesó mi cabeza: Vause.
¿Quién era esa chica? ¿Y cómo es que no la había visto antes en clase?
En algún punto mientras recordaba lo imponente que se veía el día de ayer confrontando al profesor Brett, me quedé dormida.

Pasado el rato, desperté de golpe, muy alterada y con una extraña sensación de dolor en el pecho.
El autobús estaba bastante lleno; saqué mi celular para mirar la hora. Habían pasado alrededor de cuarenta minutos.
Examiné a toda la gente que estaba abordo, rápidamente me percaté de un par de adolescentes no mayores a diecisiete años vestidos igual, con una sudadera de capucha negra y pantalones deportivos bastante holgados del mismo color.
Uno estaba a un par de asientos delante de mi y el otro estaba en las primeras filas del autobús.
Ambos intercambiaban miradas de tanto en tanto.

Seguía doliéndome el pecho y tenía una sensación rara que me invadía por todo el cuerpo.
Todavía faltaban unas tres paradas para llegar a la calle de la universidad; pero por alguna razón, como si mi cuerpo estuviese en piloto automático, me puse de pie y oprimí el botón de parada.
A los pocos segundos, el autobús frenó por completo y la puerta que tenía delante se abrió de par en par.
Antes de bajar, de manera bastante obvia y directa, los sujetos de capucha negra se miraron entre sí y después me miraron simultáneamente.
Sin decir nada, giré la cabeza nuevamente y salí del autobús.
Ya en la acera, me volteé hacia la calle. No pasó mucho tiempo entre que el autobús aceleró y los encapuchados se pusieron de pie.
Pude ver perfectamente cómo, de manera sincronizada, sacaron una pistola pequeña del bolsillo frontal de la sudadera.
Antes de que se escucharan los gritos de la multitud dentro del transporte, uno de ellos apoyó el cañón sobre la cabeza de un hombre que estaba sentado y apretó el gatillo.
Su mirada divagó hasta encontrarse directamente con la mía; entonces el autobús desapareció de la vista.

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