➳ Tres

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Algunas veces, sólo es mi propia mente la que no para de jugar conmigo, como si quisiera empujarme hasta el límite de un barranco y no me quedara otra opción más que saltar.

Cuando escuchaba esos gritos llamándome, solían ser los niños de Odasaku que se enfadaban cada que yo hacía trampa en las escondidas, pero, los de ahora no sonaban a un fastidio divertido. Sino, a una angustia realmente aterrada.

Mi cuerpo flotaba entre el cielo y las nubes, podía sentir que el azul se reflejaba en el mar y era lo que me rodeaba, normalmente siempre tenía la misma sensación. Me estaba acercando cada vez más, quizás cayendo de regreso a lo profundo del océano para quedarme allí por el resto de la eternidad.

Me gustaría eso. Tener tanta paz en cuestión de segundos, sin que nadie pudiera evitarlo ni ser capaz de salvarme.

Ya nadie lo intentaba, si me encontraban colgando de un árbol la mayoría de veces no me volteaban a ver siquiera, después de todo era muy común. Sólo que, Chuuya todavía se esforzaba por cortar la soga que me dejaba sostenido.

Era su trabajo, mi salvador era un perro y me daba tanta risa que incluso podría llorar. Su preocupación era genuina todo el tiempo, aunque fuera tan gruñón y orgulloso, yo sabía que muy en el fondo anhelaba que dejara de intentarlo.

Él me quería aquí, justo a su lado. O eso era lo que me había estado jurando en silencio durante estos años, de tal modo que, una mentira tan frecuente se convertía en una verdad.

Me gustaba el amor que me daba, no voy a negar eso, ¿a quién no le gustaría tener el cariño sincero de alguien por primera vez luego de 4 años sufriendo y disfrazando su dolor con sonrisas forzadas? Después de todo, él me hacía feliz. En serio, muy feliz.

Comenzaba a cansarme eso de tener que ser yo quien provocaba las risas en los grupos de gente, ser yo el único que levantaba los ánimos de los demás. ¿Quién levantaría los míos? Verdaderamente, ¿quién iría detrás mío una vez que lograra tirarme de un edificio?

Mi trabajo era hacerlos felices a ellos, tal vez porque esa era mi propia alegría. La misma que yo, por mi cuenta, jamás podría producir debido a la mierda de inteligencia que tengo. La ignorancia si trae la felicidad.

Quería sacar la mano del agua donde se me terminaba el oxígeno poco a poco, las píldoras dentro de mi sistema pesaban millones de veces más de lo normal, mi cuerpo entero había dejado de reaccionar al peligro. Me estaba muriendo. Por fin, por fin me estaba muriendo.

¿Por qué no se sentía como lo imaginé?

Las burbujas de aire derivándose entre las ondas del mar me recordaron a algo. Más bien a alguien. ¿Y... si yo malinterpreté todo? No podría ser este mi final aún, ¿o si?

Los gritos se escuchaban cada vez más cerca, no había risas infantiles ni la voz de Oda que me prometía mi salvación, sólo resonaba mi nombre, provocando que el océano se volviera turbulento.

Eso no era paz, la paz no se sentía así.

Traté de estirarme, tanto como pudiera para lograr salir a la superficie una última vez y averiguar quién o qué me estaba llamando justo en este momento. Me retenían mis propios pensamientos, por lo que hice esa típica cursilería de escuchar a mi corazón y no a mi cabeza.

Me quedé en calma, dejé de oponerme y ponerle tanta fuerza a mis movimientos, volviendo a levantar mi brazo para que mis dedos alcanzaran a tocar suavemente el borde de la cápsula en la que yo mismo me metí. Y, funcionó.

Cayeron gotas sobre mi rostro, no sabía si era una sensación física o mental. Cuando quise levantarme, mis ojos se encontraron con los suyos.

— ¡M-Maldito hijo de las 7 madres q-que te vo-voy a reventar, me estaba m-muriendo del susto!

It's not real // SKKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora