Prólogo

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5 de Febrero de 1989


Las preguntas sin respuesta llenaban su mente. Nunca había tenido un lugar propio en el mundo, y sin embargo, un recuerdo borroso acudía a sus ojos una vez tras otra. En algún lugar, en algún momento había logrado ser feliz. No sabía cómo, pero tenía que hallar las respuestas. Debía dejar atrás sus temores, para indagar en su pasado. Este era el momento.


Sus ojos de un negro profundo dejaron escapar una lágrima. Un fuerte sentimiento de soledad la invadió y por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de que estaba sola. No había nadie que la consolase, nadie que se interesase por sus sentimientos, nadie a quién contarle todo lo que estaba pasando. Quizás si comenzase de nuevo todo sería diferente, pero antes, debía saber qué la había llevado a ese punto, por qué se sentía ahora diferente, qué había cambiado en tan poco tiempo. No le quedaban fuerzas para más, su corta vida había sido una lucha constante, y no sabía si iba a poder continuar.


Sin darse cuenta, sus pasos, al ritmo de sus pensamientos, la habían llevado a uno de sus lugares predilectos. Aquel lugar le había servido de refugio cuando se encontraba mal, siempre la había reconfortado, observar el vaivén de las olas la había calmado una y otra vez. Ninguna de las medicinas que los médicos se empeñaban en que tomase la hacía sentir tan bien.


Levantó su mirada del suelo, y pudo contemplar lo que para ella era el mejor lugar del mundo. Su lugar. Frente a ella se extendía un horizonte despejado y azul, una gran extensión de agua salada se abría a sus ojos, y el rugir de las olas llenaba su mente, llevándola más allá de sus pensamientos. El océano Atlántico siempre tenía el mismo efecto sobre ella, el efecto del sedante más profundo. Ella había nacido para amar el mar, y el mar la amaba a ella.


Las olas se escuchaban en lo más profundo del acantilado, y las gaviotas planeaban sobre las escarpadas rocas, subían y bajaban en un atrevido vuelo que a todas luces se le antojaba caprichoso. Como ella, las gaviotas vagaban sin rumbo, no tenían un destino, no pensaban en el mañana, pero sobre todas las cosas las gaviotas eran libres. Ella no.


Necesitaba experimentar esa sensación de libertad que siempre le había sido negada. Se descalzó. Sintió como las rocas todavía frías por el rocío de la noche al entrar en contacto con su piel la llenaban de vida. Durante un instante, tuvo la sensación de que era libre como las gaviotas, y se sintió feliz. Volaba sobre el océano que tanto amaba. Cerró los ojos. Todo se acababa allí, un nuevo despertar. Eso era lo que más anhelaba.


De repente sintió como si miles de cuchillos se clavasen en su cuerpo, como su interior se resquebrajaba. Luego frío. Un frío intenso que le impedía pensar. Su mente se protegía. No quería recordar. Más frío. Abrió los ojos y lo supo. Al fin estaba en casa.

Recuerdos BorradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora