El despertar

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5 de Febrero de 2014



Olaia despertó sobresaltada. Estaba soñando de nuevo. Últimamente le pasaba con demasiada frecuencia. Una y otra vez soñaba con el mismo lugar. Un lugar que ella no conocía pero que por algún motivo parecía traer a su mente extraños recuerdos. Era un paraje hermoso, pero no sabía si era real. Un acantilado, las olas rompiendo al fondo con fiereza sobre unas rocas lisas y erosionadas por la fuerza de las mareas. Nunca había visto más. ¿Dónde sería aquel lugar? ¿Por qué su subconsciente lo traía a sus sueños noche tras noche?.



Miró el reloj. Las luces naranjas marcaban las 6:00 de la mañana. Faltaba apenas una hora para levantarse y esperaba que este fuese el día en el que su mala racha se rompiese. Llevaba más de un año sin trabajo, no conseguía nada más allá de pequeños trabajos esporádicos y mal pagados que nada tenían que ver con su profesión. Antes de que la crisis estallara en España ella tenía un trabajo que le gustaba, incluso se podría decir que le apasionaba. Trabajaba como lectora editorial, leía los manuscritos inéditos que llegaban a los buzones de correo de la editorial esperando ser publicados. Escribía un informe completo sobre cada obra que leía, y decidía si ésta debía pasar al siguiente filtro, donde los editores tomaban la decisión final. No le pagaban mucho, pero al menos era feliz. Al comenzar el año anterior, la habían llamado al despacho de la jefa de personal y allí después de soltarle un montón de datos sobre la pérdida de beneficios como consecuencia de la llegada de los libros electrónicos y del gigante Amazon a España, le dieron su carta de despido. A partir de ese momento fue una cifra más en las listas del paro, y pasó a hacer cola como muchos otros españoles en las oficinas del INEM. Después de mucho intentarlo y de buscar sin resultados, por fin había conseguido una entrevista de trabajo y hoy era el día su cita.



Miró otra vez el reloj. Sólo había pasado un cuarto de hora. Sabía que era temprano, pero no podía dormir, así que se levantó y comenzó a arreglarse tomándose su tiempo. En su casa hacía frío, sus padres no podían permitirse pagar el prohibitivo precio del gasoil para poder encender la calefacción, y allí en la sierra madrileña las temperaturas no eran nada agradables. Se metió en el cuarto de baño y encendió la pequeña estufa catalítica para no helarse más aún. De momento habían conseguido poder pagar las facturas de la luz y el agua, pero si no conseguía este trabajo, no sabía cuánto más podrían seguir pagándolas. Esa entrevista se había convertido en su última carta de salvación, y también en la de sus padres.


Estuvo un buen rato debajo de la ducha y cuando salió la piel de sus dedos estaba arrugada. Se puso el albornoz y salió al gélido pasillo. Desde la cocina le llegó el olor al café de puchero recién hecho que seguramente su madre había puesto al fuego. Probablemente la había escuchado levantarse, y como todos los días de su vida ella se levantaba a la par y corría a la cocina a prepararle su desayuno. No recordaba un solo día en que su madre no hubiese hecho eso por ella.

-          Buenos días cariño. ¿No podías dormir por culpa de los nervios?- le preguntó.

-          Sí. Me era imposible estar un segundo más en cama. Así me preparo con calma y sin prisas.


Miró a su madre. Los años habían causado estragos en sus facciones. No parecía la misma mujer enérgica de siempre que cuando era pequeña la castigaba cuando hacía alguna travesura, ni la misma que le infundía ánimos cuando pensaba que no iba a ser capaz de terminar la carrera. Ella siempre había sido el pilar de su casa. Una mujer trabajadora e incansable. Ahora su rostro estaba surcado de arrugas y su pelo invadido de canas con pequeños mechones pelirrojos que permitían adivinar su antiguo color de pelo.

Como si las palabras saliesen de su boca sin pensarlo Olaia le preguntó:

-          Oye mamá... cuando yo era pequeña ¿nosotros hemos estado alguna vez en la costa?



Su madre se sobresaltó. No esperaba esa pregunta. Por un momento a Olaia le pareció ver algo extraño en sus ojos, pero al momento volvió a ver en su cara el mismo semblante inexpresivo de los últimos tiempos y negó con la cabeza, a la vez que decía – Nunca hemos podido permitírnoslo.



No volvieron hablar mientras terminaban su desayuno. Volvió su habitación y vistió la ropa que tan concienzudamente había preparado la noche anterior. No tenía mucho donde escoger. Era el único traje decente y el menos gastado de los que tenía. Decidió que primero se arreglaría el pelo. Recogió su largo pelo negro en una simple coleta. Era lo que siempre le recomendaban en los múltiples cursos a los que había asistido sobre cómo preparar una entrevista de trabajo. Por fin parecía que le iban a servir de algo. Después de peinarse se vistió y se miró al espejo. Le gustó la imagen de sí misma que le devolvió. Se sintió agusto consigo misma. Volvió a mirar el reloj por última vez antes de salir por la puerta de su casa. Las 7:15. Al final había tardado bastante en prepararse pero iba perfectamente en hora. Fue a la cocina y se despidió de su madre que con semblante preocupado pero con la mejor de las sonrisas que le permitía la situación, le deseó suerte.


Olaia cerró la puerta y salió a la gélida mañana madrileña repitiendo en su mente– Por ellos, por mi, voy a conseguir ese trabajo cueste lo que cueste- y sin más su figura se perdió por las calles hacia la parada del autobús que había de llevarla a su destino. 

Recuerdos BorradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora