Hierbas de San Juan

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Julio 1986


Como todos los días a esa hora de la tarde caminaba sin rumbo por los senderos del Cabo. Descalza. Le gustaba sentir la naturaleza en estado pleno. La hierba de San Juan comenzaba a perder su fuerza. Le gustaba su olor. Cogió un pequeño puñado de ella y se lo guardó en los bolsillos.


Se estaba haciendo tarde, en unos minutos el sol se pondría por entre las rocas. Se sentó al borde del acantilado. Y esperó hasta que el último rayo desapareció. Eso la llenaba de paz. Respiró el aire limpio del anochecer impregnado por el aroma de las carrascas y se levantó. Era tarde. Decidió poner rumbo a su hogar o pronto saldrían en su búsqueda. Salió de los estrechos senderos del cabo y recogió sus zapatos de entre los matorrales. Se apresuró a calzarse. Regresó presurosa por entre el pinal. Se había entretenido demasiado y no quería tener problemas con sus padres. A ellos no les gustaban sus incursiones del anochecer pero se lo consentían siempre y cuando no tardase más allá de un cuarto de hora después de que el sol se marchase.


Corría veloz entre los pinos, su corazón latía fuertemente dentro de su pecho, notó como le faltaba el aliento. Aminoró el paso pero esa sensación no mejoró. ¿Qué le ocurría? Sus piernas dejaron de responderle y su vista se nubló. El susurrar de los pinos se apagó y todo dejó de existir.


Sintió frío. Confundida abrió los ojos. ¿Qué le había pasado? ¿Donde estaba? Allí tendida en el suelo con la leña seca clavándosele en la espalda logró recuperar sus pensamientos. Había caído sin sentido después de una pequeña carrera. Quería llegar rápido a casa. Sus padres ahora sí estarían como locos buscándola. Intentó incorporarse pero un fuerte dolor de cabeza que acababa de descubrir jugaba en su contra. Como pudo se arrastró hasta sentarse con la espalda arrimada a un pino. Pasó un buen rato calmando aquella sensación de confusión de su mente hasta que por fin su cuerpo pareció responderle y poco a poco se incorporó. Tenía frío, la calurosa tarde de verano la había animado a salir sin abrigo. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y encontró un buen puñado de hierbas de San Juan. Las cogió e inhaló su olor. Aquello la reconfortó.


Consiguió dar unos pasos. Sintió voces a lo lejos. Seguro que eran sus padres y sus vecinos que la estaban buscando. Apresuró el paso hasta acercarse a la fuente del sonido. No eran sus padres. No quería ver aquello, no debía ver aquello. Sabía que si la descubrían estaba en problemas. Se agachó detrás de un árbol y procuró no hacer ni el más mínimo ruido.


A pocos metros de ella tres hombres parecían ajenos a su presencia. Se afanaban en recoger unos pequeños fardos mientras dejaban otros en su lugar. Uno de ellos, el más gordo habló:


- Vamos Páxaro, acaba con isto antes de que saia o sol. Como veñan os verdes tamos fodidos amigho. Non oíste o que lle pasou ó Caimán. 20 anos lle cairon.

- Xa vou carallo, non podo correr máis. Meu, se axudases en ves de mirar igual acabábamos. Como non corras máis na Lama vas a acabar coma un colador- contestó el aludido.


Un tercer hombre asistía a la escena. Ella sacó la cabeza de entre los pinos y lo vio. Moreno, alto y fuerte, parecía muy distinto a los otros dos hombres. Claramente aquel hombre estaba acostumbrado a lo que hacía, no parecía un principiante. Observaba todo lo que ocurría a su alrededor y de repente la vio.Ella estaba segura de que la había visto. Se volvió a agachar entre los árboles y rezó para que aquello sólo fuese un sueño. No lo era. El tercer desconocido caminaba entre el pinar y sus pasos se hacían cada vez más cercanos. Era su fin. Se levantó y corrió como alma que lleva el diablo. El desconocido se acercaba también rápido. Cada vez estaba más cerca de ella.Ya casi sentía su aliento.


- ¡Doraaaaa! - Un grito sonó a lo lejos. Su padre gritaba desde el extremo del pinar. La luz de la linterna que portaba se hacía cada vez más clara. - ¡Doraaaaa! ¿Estás ahi?


-¡Papaaaa! - Corrió a su encuentro echa un mar de lágrimas. Mientras corría vio como el desconocido se perdía entre las ramas. La aparición de su padre la había salvado.


Por ahora. No sabía quienes eran aquellos hombres, pero sí sabía a qué se dedicaban. En su interior suplicaba para que el desconocido no hubiese escuchado su nombre. Si lo había oído estaba perdida. Aquellos hombres no perdonaban a nadie. No tenían remordimientos ni conciencia.





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⏰ Última actualización: Jun 08, 2015 ⏰

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