Chapter 3

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Vivir con papá no fue mejor que todo lo anterior, pero al menos a él podía reclamarle su obligación con Miles y conmigo. Mi hermano pasaba más tiempo en la casa del carpintero de la esquina que con nosotros, yo no podía estar mejor con eso. Él recibía comida caliente y felicitaciones, cada que lijaba bien algo, yo lo había visto. Y yo, golpes por parecerme a la zorra de mi madre, ¿irónico no? Todo un dejavú. Para algunos hubiera sido más fácil hacerse amigos del carpintero también, pero era básicamente un milagro que se hiciera cargo de uno sin esperar nada a cambio de buena gana, no quería dañarle eso a Miles.

Me escapé muchas veces de mi último colegio para ir a pasar el tiempo en el cementerio. Había una señora que siempre vendía flores. Una vez había ido, porque quería sentir mi mente en calma. Mis compañeros de clase hablaban de mis moretones, mis profesores también y cuando le decía a papá, lo único que ganaba era más moretones por ser estúpida y dejarlos ver ¿Cómo esconden ustedes los moretones de sus mejillas? ¿Cuántos días les duran sus ojos morados? Lamento que no desaparecieran en la primera media hora de cada día, papá. Lamento no tener la magia necesaria para que tu perfecta esposa no te regañe por tenerme en casa y ser un alcohólico, lamento no poderme desaparecer con esa misma magia.

La Sra. María, llegó a mi vida y en sus ojos se veía luz. No sé cómo explicarlo ni como decirlo, pero su charla de un minuto era la razón por la que frecuentaba aquel cementerio. Su mirada me recordaba a la mirada que tenía mamá antes de todo.

Recuerdo que todo el camino había estado tratando de darle formas a las nubes. Había un par de ellas que yo juraba eran un conejo y un koala. Me comencé a reír sola de los comentarios sin sentido que me llegaban a la cabeza hasta que decidí poner mi cara de póker porque una señora me quedó mirando. Al principio no le preste atención, me adentre entre los mausoleos y tumbas. Aquí todos éramos igual aun teniendo privilegios, todos eran cadáveres pudriéndose hasta los escombros. Ese día recuerdo no haber comido nada, hacia mucho sol. El ruido de mi estómago no me alerto de nada. Comencé a sudar más de lo que se supondría, me quite el abrigo con desesperación, mi mente se volvió más lenta, mi vista se comenzó a nublar, cuando todo se volvió negro.

- Niña, este no es lugar para dormir, levántate- yo no reconocía esa voz, era una señora

Poco a poco me fui acostumbrando a la luz, poco a poco fui enfocando el objeto frente a mí. No lo reconocí, no era un objeto, era una persona. La señora del puesto de flores estaba frente a mí.

- Mi niña, se me hizo raro que te llevaras tanto tiempo aquí adentro

- Señora, sabe que eso es lo que diría un acosador - dije con voz amarga pero ella soltó una risa desde su garganta rasposa, fumaba, sus manos en mis mejillas olían a cigarros.

- En los cementerios suelen pasar cosas malas, me preocupé, no quería que le volviera pasar a alguien más.

Esa fue nuestra primera conversación, pero no la ultima y en cada viaje encontré un pedacito de mí aún así cuando los perdí en casa. Creí que había encontrado mi propio carpintero para que me repare. Ella se veía como una persona muy romántica, muy soñadora, siempre tenia una sonrisa incluso cuando no vendía más que un ramo. Yo le decía que debería hacer algo para que su puesto de flores llamará más la atención a lo que respondía

- Las cosas bellas jamás ruegan por atención- Supongo que yo no era bella ante los ojos de nadie.

Entre tantos meses que la frecuenté, me desaparecí una semana por el concurso de literatura que ella misma me animó a entrar. Recuerdo lo emocionada que estaba, quería decirle que había ganado, quería ver si alguien me miraba con orgullo por al menos una vez, quería que se sintiera feliz por mí, pero llegué a su casa y había unas cintas amarillas diciendo prohibido la entrada, solo había visto eso en la televisión unas cuántas veces cuando pasaba de repente por atrás del sillón mientras papá estaba en casa. Las cruce y comencé a tocar la puerta aterrada

- ¡Hey! - dijo una sola vez, una voz desconocida

- ¿Sí? - Solté con mi voz al borde de la desesperación a quien me llamaba. Era una señora que tenía una tienda frente a la casa

- ¿No sabes?

- ¿Saber qué?

- Hace cuatro días comenzó a salir un olor de esa casa, los vecinos llamaron a la policía encontraron el cadáver de la esposa.

Encontraron el cadáver de la esposa

Encontraron el cadáver de la esposa

Encontraron el cadáver de la esposa

Una canción incesante con cinco palabras era todo lo que tenia en mi cabeza.

No sé cómo llegue a casa, no sé cómo sobreviví a papá ebrio y a su esposa hostil, al menos sus perfectos hijos no se metían conmigo, el darles asco era una ventaja que no preveía. Ahí, en esa cama sosa, de colchón fino y una almohada de trapos viejos, llegue a la conclusión de que, si de verdad existe un dios, quizás la vida sea su manera de castigarnos y los momentos felices su misericordia. Por alguna razón él no cree que sea merecedora de ese privilegio.

Tiempo después me di cuenta que se nos pasan muchos detalles. Como me se pasaron los detalles con mi propia salvación. Me di cuenta que medida que vamos creciendo vamos entendiendo muchas cosas también. Cosas que antes parecían mágicas, ahora se vuelven solo pilas de mierda.

Miles y yo vivíamos en el pueblo que había visto crecer a nuestra familia por generaciones, que los abuelos vayan al pueblo no era extraño, al igual que tampoco lo fue la única vez que nos fueron a visitar a la casa de la vecina, no nos quisieron llevar con ellos, una vez. Las próximas visitas al pueblo serían solo mencionadas por sus amigos.

Cuando era niña mi abuela materna me solía decir que me parecía a una princesa Disney. Siempre estuve encantada con aquello, tanto que me enorgullecía decir que éramos iguales, de tez morena, fuertes, poderosas, buscando ser libres. Eso era lo que la Alexa niña pensaba mientras intentaba aprenderse las canciones. Ella no era más que una ilusa. Cuando crecí y experimente de primera mano algunos horrores del mundo, me di cuenta de que a pesar de que la abuela nunca me lo dijo directamente. Ella hablaba fuertemente sobre otros, sobre algo que no elegimos al nacer. Ella era de tez blanca, lo mismo no se podía decir de mí. Yo tenía la tez de mi padre, mis ojos eran igual a los de mi madre, pero eso no era suficiente.

Nunca fui suficiente, desde el minuto cero en el que nací, amada, respeta podrían será agregadas a esa impensable lista. Cada vez que sentía un poco de consuelo en esta vida, me dejaban atrás, se iban sin mirar atrás ¿Alguna vez sería yo la que se va sin mirar una segunda vez?

Volviendo a dónde quiero llegar, ella era racista, mi abuela me crucificó por algo que yo no decidí. Conmigo tenía sus reservas. Nunca la culpé, nunca le reclamé y cuando mamá partió a donde nadie más que Dios y ella saben, ninguna de las dos buscó consuelo en los brazos de la otra. Me gustaría decir que la familia de mi padre tuvo una mejor interacción con Miles y conmigo, el único que fingió comprensión y ser cariñoso con nosotros, por una vez, fue el abuelo. Con una sonrisa amable, me abrazó y me regaló dinero.

- Para tus golosinas- dijo, mientras me lo colocaba en la mano a escondida, con eso comimos decente esa noche fuera de aquella casa.

Cuando llegué con papá y lo escuchaba hablar de sus nietos, sus ojos brillaban, su sonrisa era grande, podías sentir orgullo en su voz. Nunca fui una de las nombradas. Nunca lo culpé, nunca le reclamé, cuando mis padres me dejaron la primera vez me abrazó tan fuerte que sentí que me quería volver a juntar las partes rotas, quizás influenciado por la pena y no porque yo fuera especial. No lo logró, esas partes no existían.

A mis dieciséis años en la oscuridad de baño de mi nueva despreciable familia, decidí que quería irme a donde ya no doliera. Una decisión muy inmadura, apresurada y bastante juzgada. Pero yo sé que esa misma niña decidió tomarse esas pastillas rezando en su interior que su padre la encuentre. Por eso elegí ese lugar, por eso elegí esa hora. Quería que sintiera algún remordimiento. Si lo sintió no fue de la manera que yo había querido, porque jamás lo noté. Lo culpé, le reclamé, lo juzgué y en cuanto pude, nunca lo volví a buscar.

DELHPHINIUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora