Napolitana

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NA: Dedicado a las mejores pastas

 que me he comido en  mi vida. 


La resplandeciente luz enceguece sus ojos.

El bajo de la canción hace palpitar su corazón con un ritmo desenfrenado y eufórico. A pesar del olor a ron que inunda sus poros, sonríe al sentir el aroma de quien baila a unos centímetros suyo. Nunca había olido un aroma así. Ni siquiera en el jardín más aromático. De aquel cuello sudoroso y desnudo que baila cerca de su aliento, se desprende el perfume de flores azules recién cortadas dentro de libros viejos. Podría ser un aroma que se disimularía entre el alcohol, el sudor y la euforia. Pero eso no pasa. Es como si, entre más se acelera el movimiento de las caderas y se unen sus dos cuerpos a un vaivén, aquellas flores destierran cualquier origen ajeno al de su dueña.

Un fuerte empujón hace que las luces cambien y los ojos se abran. La música se detiene y su mente cae a la velocidad del transporte público a pesar de que llegará tarde. El tedioso calor de un autobús lleno de cuerpos desconocidos le recibe de su siesta asalariada. Se ha dormido apoyada de una baranda metálica. Algunas personas ya le miran con extrañeza. No le importa. Esquiva sus miradas mirando al frente. Ahora solo piensa en que soñó con un aroma. Pero, ¿cómo puede recordar un olor? Eso es imposible. Los carros pasan rápidamente por la vista de la pequeña ventana abierta hasta la mitad. Una leve brisa entra por allí, pero no es suficiente para disipar el olor a resignación y pena encapsulado. Son las once con veinte. La clase que dará comienza a las doce y le falta bastante recorrido.

Lilith aún no ha comido nada, lleva una taza de café en la sangre y dos horas con quince minutos de sueño. Esto claro, si se toma en cuenta su incómoda pausa para descansar sus ojos y roncar un poco. Se reprende a sí misma por llevar la dieta y la vida de una descuidada universitaria cuando, su edad le hace reconocerse como adulta funcional. Tendría que estar antes que todos sus estudiantes, haber comido algo y con mucha calma y profesionalismo comenzar su clase hablando de los estatutos tributarios.

Suspira.

Se detesta un poco más en las mañanas. Pero ya se le pasará.

El autobús se detiene. Por fortuna, muchas personas se bajan en aquel paradero y el aire comienza a circular. Aunque no hay asientos vacíos aún, Lilith puede tomarse de la baranda y separar más los pies, destensar sus músculos y acomodar su cabello. Al sentir como su estómago comienza a recordarle que es humana y que necesita comer, presiona su vientre con la mano.

Odia comer. Siempre olvida hacerlo o, cuando lo hace, la comida le sabe realmente mal. Si por ella fuera, compraría comida en inyecciones y se libraría de todo el asunto que implica cortar, sofreír, asar, revolver, probar y comer en la absoluta soledad de su apartamento. Sabe que eventualmente tendrá que hacerle caso a su agónico aparato digestivo y comprará cualquier cosa al azar sin el más mínimo interés. Un anciano se baja en la siguiente parada, y ella aprovecha el puesto vacío para descansar sus rodillas. Necesita un auto y una dieta de dos mil calorías al día.

En su bolso comienza a sonar su teléfono. Un par de mensajes han llegado y le obliga, por suerte, a postergar las decisiones financieras y nutricionistas. En el primer mensaje, Zelda Spellman le cuenta sobre su resaca del tamaño de Rusia y en el segundo le desea un lindo día. Lilith sonríe; el cielo también lo hace. Los espasmos en su vacío estómago se mitigan cuando se llenan de mariposas. Le gustaría comerlas todos los días y que volaran en sus tripas. Así, ya no cenaría sándwiches que saben a tierra y huelen a refrigerador cada noche. Por el contrario, tendría mariposas con olor a café y flores entre libros. Se alegra de tener un pensamiento así, de asumir que son insectos que vuelan desde su esófago hasta la arteria más pequeña de su corazón y no el nerviosismo de una persona ansiosa que teme haber sido tan rara para no tener otra cita. Nuevamente se siente como una adolescente. Ya no tiene remedio.

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⏰ Última actualización: Dec 14, 2023 ⏰

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