UN AMOR DE VERANO. [TERMINADA]

Parte 2.

Acorralada por el pánico de cómo podría reaccionar, la apagué pensando en que a lo mejor se cargaba, que ingenua yo, y que tal vez mi hermano pensaría que se apagó porque le pasó algo.

Por fin llegamos a Madrid. Las 6 horas más largas de mi vida.

-Enano, despierta. –Puse mi mano en su brazo y lo moví lentamente para que no se diera  con la puerta en la cabeza.

-Cállate. –Susurró mientras intentaba dormirse de nuevo.

-Mira, una chica guapa. –Susurré en su oído y se levantó sobresaltado buscando a esa "chica guapa" por el espejo.

-Mentirosa.-Me miró mal.

Reí al escucharle  y ver en la forma en la que me miraba. Nos bajamos del coche y el enano corrió hacia la casa de la abuela. Como siempre, quería escaquearse para no meter su maleta pero bueno, es pequeño o para mi aún lo es.

Comimos patatas con un huevo. Sabían que era nuestro plato favorito después de la pizza y como no, las abuelitas siempre nos consienten más de lo normal.

-¿Sabes cariño? Todos los sábados por la noche, a las 10 o así, en el bar de enfrente hay un karaoke. Podrías ir si quisieras, así no te aburrirías.-Me susurró mi abuela en el oído.

Afirmé esbozando una sonrisa mientras miraba al suelo. La verdad es que si tenía ganas de ir, pero no sabía si los amigos que tenía el año pasado, aún se acordaban de mi.

Cuando ya bajamos la comida mi hermano y  yo cogimos las bicis que tenían mis abuelos guardadas en la cochera y como estaban bastante vacías, fuimos a llenar las ruedas.

No teníamos ganas de ir andando con la bici al lado, así pues nos subimos en estas e intentamos llegar con las ruedas ya casi deshinchadas. Mientras montábamos cuesta abajo no dejaba de mirar a todos lados y cuando llegué me tropecé con algo.

-Perdóname, no te vi.

-No, no pasa nada. –Alcé la mirada.

Delante de mí había un chico, metro setenta, ojos marrones, pelo castaño y un poquito rizado. Tal vez no sería el prototipo de chico perfecto, pero a mí me había enamorado.

Agarré su mano al verla extendida hacia mí y me ayudó a levantarme.

Se disculpó de nuevo por haberse chocado conmigo y continuamos mi hermano y yo andando hacia la gasolinera.

Tardamos 10 minutos en llenarlas y nos fuimos a dar una vuelta. Apenas eran las cinco y aún estaba el sol en su puro resplandor. Volvimos para la hora de cenar y mis padres ya se habían ido.