1. San Dravanaither del Justo Propósito I

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I

El Templo de San Dravanaither del Justo Propósito, donde toma lugar el rito de iniciación de los Mártires de la Ceniza, es más modesto de lo que esperaba. Tras la ruina de Dorb Oreintré, todas las cosas lo son, para ser honestos. "Templo" es sin duda un término más optimista de lo que corresponde a la moral de nuestro tiempo. Sin embargo, hay algo reconfortante en lo rudimentario de su hechura. Este lugar no es más que un agujero en la tierra. Un túnel cuyo final se encuentra en los lindes del Dominio del Lord Astrófago. Una madriguera. Fuera, por encima de nuestras cabezas, el Absoluto acecha con su hambre insaciable. La idea no me reconforta. Las paredes son tierra y raíces que sobresalen, el único adorno en el templo es una rudimentaria estatua de arcilla de San Dravanaither, más semejante a un ídolo primitivo que al trabajo de un escultor. La luz de la antorcha que porta el Maestre Harti provoca que mi sombra se proyecte sobre el patrón de la orden. La otra fuente de luz proviene del techo, de un agujero con el diámetro de un anillo. Se proyecta con una densidad casi palpable sobre un altar improvisado; poco más que una piedra tallada y pulida. Sé muy bien qué es la luz que proviene del techo. Pensarlo me acelera el pulso. Mentiría si dijera que no estoy asustado. Que el Lord Astrófago me perdone, estoy horrorizado. Me mantengo inmóvil, temeroso de que, si me muevo, el temblor se imponga a la firmeza que tanto me ha costado construir. Si extiendo la mano sobre el altar, el Absoluto me marcará y ya no habrá vuelta atrás. Esta es la resolución de los Mártires de la Ceniza. Nos colocamos voluntariamente entre la espada y la pared. Entre el yunque y el martillo. Nos entregamos a un ineludible final a manos del enemigo que juramos destruir. Solo así podemos hacer frente a los Extraños; con un suicidio con un noble propósito. Nadamos. Nos sumergimos en aguas tan oscuras, que la costa ya no es una opción. Cada paso a través de este largo túnel ha sido una brazada cada vez más pesada. Pero he seguido nadando y nadando hasta dejar la costa tan atrás que no podría volver sin ahogarme. Cuando coloque mi mano sobre el altar, el estigma me infectará y avanzará por mi cuerpo. Trepará por mi brazo y ascenderá por mi cuello. Mi humanidad se desvanecerá a medida que la infección carcoma mi mente como las termitas carcomen la madera. Pero las termitas devorarán también el miedo, devorarán la incertidumbre y las dudas. Las termitas devorarán mi debilidad y mi fragilidad a medida que mi identidad se pierda. Las termitas me desharán hasta que ya no sea nadie. Y Nadie será tan fiero que los Extraños no podrán someterlo. Y Nadie será tan firme que su mente no cederá a las psicohondas de los Extraños. El cuerpo de Nadie, abocado al Absoluto y templado por el favor del Lord Astrófago, tendrá la fuerza para destruirlos. El Absoluto desatará nuevas aberraciones sobre lo que queda de la buena gente de Herstekria y les haremos frente. Nosotros. Nadie morirá.

Pero para que nadie nazca, yo he de extender la mano. El Maestre Harti malinterpreta mis meditaciones y las toma por dudas.

-Has decidido entregar tu vida por Herstekria.

Su tono es de una neutralidad escalofriante. Es un Mártir del V Círculo, no puedo decir que me sorprenda, pero sí me causa un escalofrío. No necesito su recordatorio. Me arrodillo, entrego una plegaria al Guardián y otra al Lord Astrófago. Respiro hondo siete veces y poso mi mano derecha sobre la piedra. La luz me alcanza entre el pulgar y el índice. Siento un extraño cosquilleo durante un momento, pero nada más. Alzo mi mano y la miro. En el punto exacto alcanzado por la luz hay una marca esférica de un blanco imposible en la pigmentación de la piel humana. Está hecho. Ya no hay vuelta atrás. Me doy la vuelta y contemplo al que ya es oficialmente mi Maestre. Harti es alto y ancho de hombros. Va enfundado en su armadura de psico-runa, que le concede una talla colosal. Ya no tiene cabello, cejas o barba, su piel es de una palidez mortal. Sus ojos, sin embargo, todavía conservan el color, aunque puedo percibir que se están apagando. El hombre parece sacado de un cuadro descolorido y lúgubre, retrato de alguna leyenda siniestra. El cráneo pelado, la ausencia de cejas y la fuerza de su mandíbula, el blanco de su piel en contraste con el negro y rojo de la armadura... Un verdadero caballero portador de muerte. Pronto yo seré como él. Lleva el Guantelete de Castigo y su Arma-Promesa, un hacha colosal, apoyada sobre el hombro. Está listo para la batalla y eso me inquieta, aunque no logro verbalizar por qué. Me mira, está esperando que suceda algo. Su formidable figura bloquea la entrada. Un pensamiento serpentea al borde de mi mente: voy a morir. No es una promesa existencial, es una condena. El estigma del Absoluto me destruirá y mi destino quedará sellado cuando el fuego del Lord Astrófago me consuma o cuando me adentre en la Niebla del Origen como una marioneta sin alma. Es ahora cuando llega la ola de pánico, es ahora cuando realmente florecen las dudas. Que el Guardián perdone mi flaqueza, soy solo un hombre (todavía). Sin embargo, me alegra que estas sensaciones me asalten ahora, cuando ya no hay vuelta atrás. Lo ineludible de mi destino segará todas las alternativas y todos los deseos salvo uno: antes de que me llegue el final, debo hacer tanto daño como pueda a nuestro enemigo. Harti...El Maestre Harti sigue observándome con atención, en silencio. Pestañea, ha visto algo.

-Venid -dice.

La orden no va dirigida a mí. Trato de comprender qué sucede. Entonces, siento un hormigueo en la mano. Al instante, una pulsión de una sensación desconocida trepa por mi brazo. Un fuerte espasmo me contrae y caigo de rodillas, mi cabeza se dobla hacia atrás con violencia. Me agarro la cabeza con ambas manos, aprieto los dientes, me sacudo como una larva. ¿Qué está pasando? Veo un espectro de colores y formas que mi mente no puede procesar. Caigo sobre mis manos, es como si mi cuerpo pesara diez veces más de lo que debe, como si fuese una pesada carga que no puedo manejar. Entre el galimatías de formas y colores percibo una luz, radiante y poderosa y necesaria. Necesaria para... Un latido, débil, incipiente, pertenece a un corazón infantil. Insistente, rítmico. Absoluto. Caigo, caigo en la oscuridad. Antes de que la luz se apague, tres colosos negros se ciernen sobre mí.

Los Mártires de la CenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora