II
-LEVÁNTATE.
Despierto de golpe, mi corazón late deprisa. El mundo toma forma ante mí cuando la voz me arrastra a la vigilia con violencia. Me incorporo. Miro a mi alrededor, alerta. El escenario me sobrecoge. Es un lugar amplio, suelo de piedra frío y húmedo. Me pongo en pie, tambaleante. Estoy en una especie de nave. A mis lados se alzan columnas de talla gigantesca. Se pierden en la negrura del techo. Es tan alto, que la poca iluminación del lugar no me permite distinguirlo. Hay braseros entre las columnas. El lugar huele a acre y a humedad. Intento ubicarme, el corazón me da un vuelco cuando veo la marca del Absoluto en mi mano. Los recuerdos afloran. San Dravanaither. Me he matado. Hay un sonido persistente, como si algo metálico se arrastrara por el suelo. Percibo algo extraño, un zumbido en mi cabeza, una especie de reverberación que anticipa un pulso de energía.
-ACÉRCATE.
La voz truena, parece provenir de todas direcciones. Es como estar rodeado por una muchedumbre, como si decenas de individuos con la misma voz me gritaran al oído.
-ACÉRCATE -repite.
Es insoportable. Pierdo el equilibrio mientras me sujeto la cabeza. Doy un traspié y choco contra una de las columnas. Me sujeto a ella para permanecer en pie. Miro a mi alrededor, no hay nadie. La voz suena en mi cabeza. Lo entiendo entonces. Un Fragmentador. Alzo la mirada hacia el fondo de la estancia. Veo una figura presidiendo un presbiterio. Obedezco la orden. Mis pasos resuenan a través de la magnitud del vasto espacio. Me detengo a escasos pasos del individuo. Para mi sorpresa, no es un mero Fragmentador, es un Cardenal del Lord Astrófago. Viste una larga túnica blanca que termina en tres bordes atados a tres esferas de metal. Las esferas ruedan por el suelo con un ritmo constante, enroscando y desenroscando la túnica alrededor del Cardenal en un patrón fijo que recuerda a una floración. Supuestamente, el roce produce una vibración en la frecuencia Ptolomeica, el Fragmentador la usa para mantener su consciencia anclada. La visión del Cardenal es un testigo de santidad abrumador. Su piel es una amalgama rugosa y tibante deformada por la llama purificadora del Lord Astrófago. No hay boca ni orejas, el fuego las retorció y derritió la carne sobre ellas hasta borrarlas de las facciones del individuo. Rostro y cráneo están cubiertos por una placa de metal bruñido. Es una Corona de Resonancia que permite al Fragmentador armonizar a los ritmos Ptolomeicos. Solo los más poderosos pueden acceder a la Ultra-Verdad de las Esferas. La mayoría muere en el intento. Los pocos que sobreviven sucumben al dolor y a la locura provocada por la pérdida de los sentidos. Les concedemos una muerte piadosa tras cerciorarnos de su fracaso. Solo nueve han trascendido: los Cardenales. Me arrodillo, cabeza gacha y brazo derecho estirado hacia el firmamento, tal y como corresponde. Permanezco así varios segundos. Oigo pesados pasos y el repiqueteo de una armadura. Alguien se acerca.
-Tu mente no tiene la fuerza para soportar las palabras del Cardenal. No todavía.
Levanto la mirada, el Cardenal parece perdido en sus meditaciones. Me pongo en pie y me doy la vuelta. Un Mártir enfundado en su armadura de psico-runa. Se detiene a escasos pasos de mí. Es alto. El gorjal le oculta la mitad inferior del rostro. La cabeza blanca destaca contra el negro de la armadura. Tres placas de metal en el lado izquierdo del cráneo. Un tatuaje triangular desciende desde su frente, dos líneas negras cruzan los ojos y se pierden hacia abajo, probablemente es del III o IV círculo. Lleva en las manos un enorme pavés negro. Me cuadro, mano izquierda sobre el pectoral derecho, la diestra cerrada en un puño sobre la frente, ojos cerrados.
-Descansa. Has sobrevivido tres días a ser marcado por el Absoluto, pero estás lejos de ser un Mártir -tiene una voz rasposa y desagradable y emplea un tono arrogante. Arroja el pavés ante mí. La pesada masa de hierro cae con un grave estruendo metálico, su eco se pierde en la amplitud del lugar-. Solo un completo idiota querría unirse a los Mártires de la Ceniza -suelta una risita cargada de ironía-. ¿Qué clase de idiota eres tú?
-Señor... -digo mientras trato de ordenar mis ideas, pero me interrumpe.
-¿Eres de los que ha perdido demasiado o de los que planea aprovecharse de la inmunidad de nuestra cofradía, tal vez? ¿Eso buscas? ¿Hacer negocios turbios, lucrarte con nuestra santa causa? ¿Dejar una buena suma a un familiar? -Dice mientras se acerca más a mí.
Oigo de nuevo la reverberación en mi cabeza que anticipa la comunicación del Cardenal. DEFIÉNDETE. El espasmo de dolor me obliga a cerrar los ojos y a apretar la mandíbula con tanta fuerza que siento que mis dientes van a salir disparados. La palabra me insta a obedecer con urgencia y planta una semilla de pánico en mí. Soy capaz de comprender que esto es obra de la Fragmentación, que la necesidad de protegerme no se origina en mí, pero no tengo la fortaleza para oponerme a este instinto. Me lanzo sobre el pavés de forma ridícula, cuando trato de embrazarlo me doy cuenta de que es realmente pesado.
El Mártir me alcanza y pone su descomunal bota sobre el brazo al que trato de ceñir las correas del escudo.
-¿Una mujer? ¿Es eso? ¿Te has dejado engatusar por una belleza del burdel?
Me agarra del pescuezo y me alza como si yo estuviera relleno de aire. El pavés cae al suelo, me lanza con una fuerza monstruosa. Recorro varios metros antes de caer rodando por el suelo de piedra.
-Por favor, dime que no es una mujer... -dice mientras camina hacia mí.
El aire se impregna de olor a ozono y siento una presión, sutil, pero definitivamente real. Es difícil de explicar, se parece a la que se siente antes de que se desate una gran tormenta. El Mártir se agarra la cabeza con la mano enfundada en el Guantelete de Castigo. Veo chispas de energía azulada que brotan de sus dedos. Primero emite un tenue gruñido mientras frunce el ceño y cierra los ojos con fuerza, como si tratara de concentrarse. Grita, varias veces, sus alaridos son cada vez más inhumanos. Poco a poco, separa la mano de la cabeza. El espacio entre mano y cráneo se puebla de relámpagos azules que van materializando una hoja a medida que el guantelete se aleja de la sien. Cierra los dedos en torno a una empuñadura que hace un instante no estaba ahí y sigue tirando hasta extraer un enorme espadón: su Arma-Promesa, extraída de la Ultra-Verdad. El Mártir jadea, hilillos de baba caen por sus comisuras.
-¡GUAU! -exclama mientras se sacude extasiado-. Nunca te acostumbras -sigue, más sereno-. El poder de alterar el tejido mismo de nuestra estrella. ¿Eso quieres? ¿Ser capaz de mirar por una cerradura a la Ultra-Verdad?
No espera a que responda, carga hacia mí. Lo contemplo inmóvil, paralizado como un animal que espera confundir al depredador con su quietud. Una mole de acero y muerte. Me va a matar. Siento que el suelo tiembla con sus pasos, quizás son los latidos de mi corazón, no estoy seguro. Es un instante de irrealidad. Para ser alguien enfundado en una armadura que incapacitaría a un hombre común con su peso, se mueve demasiado rápido. Acorta la distancia con grandes zancadas. Siete pasos. Está a siete pasos de partirme en dos. Me va a matar. Seis pasos. Quiero darme la vuelta y huir. Cinco pasos. No, detente, no puedes huir, no más. Cuatro pasos. Todos los músculos de mi cuerpo se tensan, no hay una sola parte de mi ser que no quiera darse la vuelta y escapar. Tres pasos. Míralo, míralo a los ojos, por lo menos dame eso. Dos pasos. Alza la espada exultante. Lo miro a los ojos, mi cuerpo rígido, paralizado por la contradicción. Un paso. Me rompo, me doy la vuelta y corro. ¿Demasiado tarde? De todos modos, yo ya estaba muerto, me maté al poner mi mano sobre la piedra. La espada cae. En efecto, me parte en dos con escalofriante facilidad. Se acabó.
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Los Mártires de la Ceniza
FantastikUna luz blanca uniforme cubre el cielo. Se la conoce como el Absoluto. Exponerse a ella es perderse para siempre. Nos arrebató la noche y nos arrebató el calor del Sol. Cuando el Lord Astrófago desfallezca, el Absoluto nos devorará y todo habrá term...