2. Justicia Mayor II

6 0 0
                                    

II

Despierto en un lugar oscuro, me invade una profunda sensación de ausencia.

-Ah, al fin -dice alguien. Habla en susurros. No hay ninguna luz en la estancia. El silencio es tal que creo ser capaz de escuchar mi propio corazón-. Diría que eres mi obra maestra, hijo. O tal vez mi mayor crimen. Ya veremos.

Estoy tumbado sobre una superficie de piedra. Cuando trato de levantarme, me doy cuenta de que estoy sujeto por muñecas y tobillos. El hombre que está a mi lado debe de darse cuenta de mi forcejeo, porque acude presto y me libera con manos hábiles.

-Disculpa, es parte del proceso. Las cosas han llegado a ponerse bastante feas mientras te Conciliábamos.

Libre, me incorporo despacio, y me siento en la mesa de piedra. Me froto las muñecas, me estiro, mi cuerpo parece una gran masa de dolor palpitante y entumecimiento. El hombre enciende una linterna. Está sentado junto a mí. La luz es muy tenue, pero aun así me obliga a entrecerrar los ojos. Lo veo a través de la rejilla que hay entre mis párpados: es un anciano de figura seca, barba plateada bien recortada y bigote afeitado. Viste una toga gris, sombrero de ala ancha a conjunto y una bufanda blanca.

-Soy el Maestro Fragmentador Saorond -extiende una mano nudosa hacia mí. La agarro, su apretón es firme, más de lo que habría esperado en un hombre de su complexión. Lo igualo.

-Udéis Ferrum.

Me ofrece lo que creo que es un tónico. El bebedizo resulta extraordinariamente vigorizante. Mientras doy sorbos, pormenoriza el galimatías que ha sido mi tratamiento. Los recuerdos de mis muertes empiezan a perfilarse en mi memoria gracias a la Conciliación. Lo que fueron experiencias aisladas en distintas Verdades convergen ahora en esta. A medida que recupero los detalles, me doy cuenta de que el Hermano Neshtasnik es un bastardo particularmente retorcido, me pregunto si por eso lo eligen para la tarea. Recuerdo sus palabras "Esto está lejos de ser lo peor del proceso". Trago saliva. Lord Astrófago, dame fuerza.

-Me temo, Maestro Saorond, que deberte la vida no alcanza a compensar el que me la hayas salvado catorce veces -digo. El Fragmentador suelta una risa triste.

-No te la he salvado. Tan solo me he asegurado de que tu mente y tu cuerpo asimilen la experiencia de morir sin sus letales consecuencias. La próxima vez que tu pellejo esté en juego, es posible que el pánico no esté ahí para nublar tu juicio, pero tampoco te dará ese empujón que a menudo marca la diferencia. Créeme, no te he hecho ningún favor. Antes de la Ruina, la Conciliación era considerada una forma de tortura en el Imperio -dice esto con un tono sombrío que me hace pensar que este hombre no siempre utilizó la Fragmentación con un fin benigno, si es que a esto se lo puede llamar fin benigno-. Tuve un caso... Un iniciado que falleció en nueve ocasiones, pero tú eres mi mejor marca.

-Y la peor para los Mártires... -digo, avergonzado.

-Oh, no, no la peor, el Maestro Rubfkjial tuvo que Conciliar veintitrés Verdades no hace mucho. No existe un mal resultado para los Círculos. Los hay que no murieron en ninguna Verdad y disponían de una disposición natural. Los hay que adquirieron una resiliencia inquebrantable a través de la iteración, como tú. Lo que importa es que lleguéis a despertar aquí, con nosotros. Lo que importa es que estéis listos para intentarlo, una y otra vez.

Sus palabras me reconfortan, pero solo de forma parcial. Me siento idiota. Pensé que mis años de soldado me darían ventaja, es evidente que, en cierto modo, me la quitaron. Demasiada experiencia en una formación cerrada con escudos. Era un enigma sencillo, brutal, pero sencillo. En el momento en el que aceptas el Estigma del Absoluto, abandonas tu vida, abandonas tu preservación. Los escudos están prohibidos en los Mártires de la Ceniza. Somos el puño del Lord Astrófago, nuestros cuerpos son la égida de la humanidad. Trece intentos para entender un fundamento elemental del Codex... Saorond interrumpe mis reflexiones:

-Toda Herstekria estará en deuda contigo pronto y tú me odiarás. Me odiarás porque yo hice posible que llegaras al campo de batalla...

-Los Extraños -digo-. Yo estuve ahí, cuando el primero apareció. No los temo. Ya no –"mentiroso" protesta una parte de mí.

-Los Extraños son el destino -Saorond baja la cabeza, su voz se vuelve más ronca, la luz de la linterna resalta las arrugas de su rostro y le otorga un aspecto pétreo, siniestro-. Sé lo que aceptar la muerte le hace a la mente de un hombre. Lo vuelve fuerte y lo vuelve estúpido. Lo rompe de un modo profundo e irreparable. Lo hace resistente a un tormento que no debería de ser concebible, pero lo es, Ser Ferrum. Lamentablemente, lo es. Concebible por la mente humana. No olvides que para cuando te manden a los lindes de la Niebla del Origen, lo harán con la certeza de que puedes resistir todo lo que un Extraño pueda hacerte. No importa lo implacable que sea el Absoluto, en lo que a atormentar a un hombre se refiere, todavía le llevamos ventaja.

-No me cabe duda -afirmo mientras pienso en el cabrón de Neshtasnik. Los Mártires se toman muy en serio lo de lograr que desprecies tu propia vida.

-Y ha de ser así -ratifica Saorond. Entrelaza sus manos en el regazo y juguetea haciendo nudos con sus largos y diestros dedos-. Cuando terminemos contigo, llamarte "hombre" sería prácticamente una blasfemia-. Suelta un ruido nervioso, no sé si es una especie de jadeo o una carcajada.

-¿Todos en el Temple poseen este empeño en aterrorizar a individuos que de forma voluntaria han aceptado una condena a muerte? -pregunto, su ominosa insistencia en lo terrible de mi devenir me irrita.

-Una mente preparada tiene más posibilidades de resistir, Ser Ferrum. Conócete muy bien, busca dentro de esa cabecita tuya. Busca asideros, parapetos, soportes. Aférrate a aquellas ideas que te dan fuerza. Más vale que sean fuertes pilares, robles. De lo contrario, cuando llegue la ola te llevará. Tú y tus deseos os ahogaréis con ella. Conócete, Ser Ferrum. Prepárate.

Quiero contestar, pero un aullido inhumano corta el aire y resuena a través de las paredes.

-Oh, vaya, hora de seguir trabajando. Conciliar, Conciliar...

-Por el Lord Astrófago, ¿qué demonios ha sido eso?

-Un hombre, como tú. Ya te lo he dicho, la Conciliación era un modo de tortura... Lo sigue siendo... Debiste escuchar tus propios gritos...

-Yo...

El vendaje que cubre sus ojos se mueve de forma que me hace pensar que ha alzado las cejas. Sonríe y apaga la linterna.

-Disculpa, la más mínima perturbación sensorial en el Fragmentador puede ser fatal para el paciente-. Me agarra de la muñeca y tira de mí con firmeza. Se detiene un segundo y coloca mi mano derecha, la que me está matando, sobre una pared-. Sigue este muro hasta la salida. No te separes de él. Si te pierdes, no grites, espera en silencio, alguien vendrá a por ti. Ignora los ruidos, no entres en ninguna estancia. ¡Y arriba esos ánimos! ¡Hoy lo verás con tus propios ojos!

-¿A quién?

-Al Lord Astrófago.

Dicho esto, me suelta y se marcha en absoluto silencio. Me deja solo en la oscuridad y se marcha. 

Los Mártires de la CenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora