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Leyla

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Leyla.
Me siento impotente, creo que en ningún momento llegué a pensar que terminaría así y aquí, en un lugar totalmente oculto del mundo y en una silla de rueda.

«Todo es parte del proceso» llevo cuatro días escuchando una y otra vez esa frase, no sé si piensan que eso me salvará de la angustia que siento ahora mismo o que.

Tengo ganas de romper, destruir cosas y gritar, pero mi cuerpo no me lo permite y el tener que seguir siendo una princesa me lo impide aún más.

«Ser una princesa», odio darle el crédito a mi título, pero este maldito título es la causa por la que yo estoy aquí y por la que me he obligado a callar y no decir cómo fueron realmente las cosas, prefiero decir que no ví nada a contar quién fue él que terminó disparandome y que realmente yo no era el blanco.

Alguien toca la puerta.
—Pase. —digo.

Veo por el espejo que Uriel asoma su cabeza.
—¿Qué quieres? No estoy de humor.

—Sería raro en ti que estés de buen humor princesita malhumorada.

—No estoy para bromas, déjame tranquila. —digo aún sin mirarlo.

Él camina a mi alrededor y se para frente a mi como analizandome.
—¿A qué se debe tu malhumor? —me pregunta.
—¿Es que acaso no me ves? Estoy en una silla de ruedas y con unas terapias físicas que me parecen una tortura, sin contar que mi familia vendrán a visitarme como si fuera un animalito o algo por el estilo, porque han decidido mantenerme aislada de todo.

Uriel bufa.
—Estás siendo desagradecida con la vida. —murmura.

—¿Desagradecida? Pero si la vida me tiene de su perra, cada vez que intento levantar la cabeza está termina por volverme a aplastar ¿De qué agradecimiento me estas hablando?

—De estar viva por ejemplo … tú no tienes ni idea de lo que sucedió luego de que cayeras al suelo, solo sabes que despertarte semanas después, pero tú cuerpo peleó con todo lo que tenía, así que si te estás quejando por estar en una silla, da gracias al menos saber que de esto saldrás, porque llegaste a salir de ese quirófano, y hoy puedes salir de esta cama.

—Y todavía debo de soportarte. —Ahora soy yo la que bufa.

—Te recuerdo que estás viva. —apoya sus manos sobre los posas brazos de la silla para acercarse a mí. —De seguro odias que yo sea quien siga despertando ese corazón tuyo que hierve ante el enojo.

Apoyo mi mano en su pecho para alejalo.
—Ya quisieras despertar algo en mí.

—Si lo que digas. —me ignora, para ir detrás de mi silla y comenzar a andar llevándome con él.

En los brazos de la princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora