I : ojos vacíos.

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La luz de Ra iluminó con fervor el día en que el príncipe heredero al trono nació. Gran júbilo y alegría reinaron en el reino entero cuando el amado por Amón Ra y próximo Horus vivo en la tierra llegó al mundo.

El bebé había nacido al alba, trayendo consigo luz y esperanza a los corazones de sus padres, regentes del Alto y Bajo Egipto, que le observan a su lado con ojos de ternura y esperanza. Un sutil silencio reinó en la estancia, como si los propios dioses contuvieran el aliento ante la presencia del recién llegado, pues apenas nacido él, no lloró ni gimió, sólo miró a su madre con ojos que reflejaban siglos de vida.  

No importó en ese instante, la felicidad abrumadora de tener al final al bebé que se acurrucaba contra su pecho nubló cualquier otro pensamiento. Algo en la inusual quietud de su hijo le inspiró una profunda paz. El bebé la observó de una forma que turbó su corazón, como si aquellos ojos grisáceos pudieran leer en lo más recóndito de su alma.

—Este niño es un regalo de los dioses—. Dijo el faraón Seti, cuando tomó al recién nacido en brazos. Haciendo que sintiera la grandeza y el profundo amor que un día regirían el corazón de aquel pequeño ser, destinado a ser un líder entre líderes—. Hijo de Amón Ra, e hijo del Horus vivo en la tierra…, Bienvenido al mundo, Ramsés II.

Más pronto notaron sus padres, que había algo diferente en aquel niño.
     No lloraba con la voz de un infante, sino que miraba todo con ojos antiguos que parecían haber observado mil amaneceres.
Su semblante era tal como la calma del río Nilo, sus movimientos poseían la gracia del ave ibis.    

Tuya se preocupaba, había tenido dos hijos antes, Henutmire su adorada hija, que había heredado la belleza de Isis y la gracia de Hathor.

Y su entrañable Nebchasetnebet, que había acudido al juicio de Osiris cuando era tan solo un pequeño infante.

Tuya sabía cómo actúan los bebés, y ciertamente Ramsés no era como ellos, ¿Había algo malo con él? Ella no creía ser capaz de soportar perder a otro hijo.
       Paser le había examinado por lunas enteras, pero su conclusión era siempre la misma: el Príncipe Ramsés estaba en perfecto estado, tan fuerte como Geb, el dios de la tierra que sostiene el cielo.
      
Pero Tuya no está conforme con su diagnóstico, y es por pedido suyo que cientos de sacerdotes son traídos de tierras lejanas, para calmar el angustiado corazón de la Gran Esposa Real: A Seti realmente no le preocupa, él no que cree que la quietud en la que su hijo pasa la mayor parte del tiempo sea algo de que alarmarse, o la manera en la que cuando un objeto llama su atención, podía quedarse ensimismado con él por horas, ni el hecho de que pasaba tanto tiempo observando las estatuas de los Dioses con una curiosidad propia de alguien con conocimiento de antaño, de hecho, todo eso solo servía para reafirmar la convicción de Seti de que su hijo había nacido tocado por su santidad.

Sí, quizá Ramsés era un niño un poco diferente al resto, pero era porque había sido bendecido personalmente por el Dios Amón.

No obstante, él sabía que el corazón de Tuya había estado pendiendo de un hilo desde la muerte de Nebchasetnebet, así que no protestó cuando ella le pidió que trajera a expertos para que evaluaran a Ramsés. Si con eso podía hacer que el yugo del alma de su esposa se aliviara, lo haría con mucho gusto.

Fluir como el Nilo || Ramsés x Moisés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora