III: hijo de Hapi.

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—¡Oh! ¿Qué le ha pasado a la bandeja que dejé sobre la mesa? ¡Ha desaparecido misteriosamente!

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—¡Oh! ¿Qué le ha pasado a la bandeja que dejé sobre la mesa? ¡Ha desaparecido misteriosamente!

La exagerada voz de Gahiji resonó por la cocina, por debajo de la mesa se escucharon unas risitas mal contenidas —que el hijo del cocinero real fingió no escuchar— mientras seguía musitando palabras de simulada sorpresa.
      El joven se paseó un par de veces por la cocina murmurando exclamaciones antes de salir del recinto, causando que las risitas tras él se incrementaran ligeramente.

Debajo de la mesa, junto con una bandeja de dulces de dátiles a medio comer, Ramsés se llevaba un dedo a los labios en una muda indicación de silencio al pequeño niño que soltaba risitas mientras comía descuidadamente uno de los postres. Sin embargo, el mismo príncipe heredero no parecía más silencioso que él.

Desde que Moisés había aprendido a caminar, cuidarlo era una labor más difícil. Aunque no precisamente por él: el joven hijo de la princesa Henutmire era un niño bastante cauto y sereno. Sin embargo, Ramsés siempre parecía empeñado en arrastrarlo a dónde sea que él fuera. Y ahora que el niño andaba, le resultaba mucho más fácil encaminarlo a todas sus desventuras.
       No sabían exactamente como lo hacía, pero siempre se las ingeniaba para escabullirse de la mirada de sus damas de cuidado, llevándose consigo también a su pequeño sobrino.

No había sitio alguno en el cuál se viera a Ramsés sin Moisés. Eran una dupla inseparable, y todo el palacio sabía que encontrar a uno, significaba encontrar a ambos.

No pasó mucho antes de que los apurados pasos de La Esposa Real ingresaran a la cocina, seguida por el joven aprendiz de cocinero. Se pudo escuchar un leve suspiro de alivio cuando la mujer vislumbró a los pequeños tratando de pasar desapercibidos en medio de su travesía del día —impulsada por Ramsés, claro estaba: El más pequeño apenas y estaba aprendido a hablar, y simplemente se dejaba arrastrar por su compañero de juegos—. La Reina le dio un agradecimiento fugaz a Gahiji por notificarle del paradero de los jóvenes príncipes, y pronto estaba tomando al más pequeño en brazos, quién apenas se inmutó, demasiado ocupado en comerse sin cuidado el dulce en sus manos. Ramsés salió de su escondite poco después, siguiéndole.

—Muy bien, ustedes dos. Se acabó el juego —sentenció con voz firme a los infantes, antes de inclinar al pequeño hacia una de las damas, que sin necesidad de oír la orden, se apresuró a limpiar el rostro de Moisés con un pañuelo de lino—. Ramsés, por los dioses, ¿Cuando vas a dejar de incautar así a tu hermano?

El joven heredero esbozó un puchero ante el claro regaño, pero Tuya apenas deparó en ello cuando notó que su ropaje estaba sucio y maltrecho. Soltó un grito ahogado; ¡Había desaparecido por menos de quince minutos! ¿cómo había conseguido poner tan ruin su vestuario en tan poco tiempo?

Fluir como el Nilo || Ramsés x Moisés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora