El genio de la sopa

12 1 0
                                    


Angélica se levanta después de una siesta y mira a su alrededor: una pequeña pieza desgastada por los años (como ella), que huele -aunque no suene bien- a viejo. Ella vive sola, nunca se casó ni tuvo un amor, nunca viajó, ni estudió... nunca jamás salió del pequeño pueblo en el que nació. Desde hace unas tres semanas se siente muy mal, se siente agonizante. Su edad ya está muy avanzada y ella está resignada a morirse sola en su soledad, con su mirada cansada de tanto vivir nada.

Al salir de su habitación y entrar en su pequeña cocina-comedor, Angélica siente crujir, gruñir a su estómago y decide prepararse algo de comer. Toma unos fideos con forma de letras de su alacena y comienza a preparase una sopa, una sopa de letras literalmente. Desde hace días siente que cada comida va a ser la última pero hoy esa sensación es aún mayor.

Cuando el caldo y los fideos ya están a punto se sirve su comida en un plato hondo y se sienta, lentamente, a la mesa. Da algunas cucharadas desconfiadas a su cena... o almuerzo, no sabe muy bien qué hora es, la siesta la dejó medio desorientada y, como cada día ve menos, la luz (o la ausencia de ésta) que entra por la ventana no le sirve mucho de referencia.

Revuelve los letra-fideos durante un rato y se detiene pensativa, con la cuchara en el aire, para repasar nuevamente su vida, algo que ya hizo demasiadas veces en los últimos días. Cuando vuelve en sí, luego de su momento de abstracción, piensa que su sopa estará fría, por lo que toca el plato con sus manos -efectivamente su comida se enfrió- y se queda mirando los fideos que flotan en el caldo. Algunas letras quedaron agrupadas en el centro del plato formando la palabra "genio" y Angélica, haciendo un esfuerzo con su vista, llega a leerla, por lo que piensa: "Si esto fuera una lámpara..." y empieza a frotar el plato con la inocencia con la que podría hacerlo un niño.

A la tercera caricia que Angélica le da al plato, comienza a gestarse en la sopa un torbellino que crece y crece hasta que del cuenco sale un genio, como el de la lámpara (supongo... nunca tuve la suerte de tener a un genio frente a mis ojos). Éste tiene una bata de color azul, llena de letras, seguramente haciendo honor a su origen, el pelo largo y canoso y un sombrero en punta, también azul y plagado de letras como la bata. Con su visión débil, la anciana llega a reconocer estos detalles del aspecto del recién aparecido.

Sorprendida y asustada se queda dura, petrificada, mientras el genio le dice: "Soy el genio de su sopa de letras. Voy a concederle un deseo, piense bien en lo que elige". Ante esta declaración y habiendo salido de su primer instante de sorpresa e incredulidad, Angélica le responde: "¿Qué puedo pedirte, Genio? Soy una vieja en sus últimos días sin ninguna ambición". El genio, sin entender lo que está pasando, no debe pasarle muy seguido a los genios esto de que sus deseos no sean aceptados o utilizados, le responde: "Debe haber algo que desees, buena mujer". "Desearía nacer de nuevo, desearía vivir mi vida de otra forma distinta de como la viví. Pero no importa, el tiempo no puede volver atrás. Regálele ese deseo a alguien que lo necesite más que yo", le contesta Angélica.

Al escucharla, el genio se sumerge en el plato de sopa nuevamente y desaparece mientras la anciana cae dormida sobre la mesa, golpeándola fuerte con su cabeza al hacerlo.

Luego de unas horas, Angélica se despierta desconcertada, sin saber si tuvo un sueño, una alucinación, si se murió y fue al más allá o si vio al genio realmente como ella recuerda. Después de pensarlo un rato, la mujer se convence de que todo fue un invento, un mal juego de su cabeza senil, aunque, por otro lado, siente que su mirada está más clara y descansada, que puede ver como lo hacía hace muchos años, cuando sus ojos todavía funcionaban al 100%. Y cuando mira (como si usara por primera vez sus ojos) el plato de comida que preparó más temprano, se encuentra con que éste está vacío, pero el vidrio sucio de caldo no refleja su rostro, sino el de una joven bella y radiante.

Ante semejante sorpresa (aunque frente a esta nueva visión ella continúa creyendo que todavía está alucinando) da un salto enérgico que la despega de la silla y advierte que sus piernas no están cansadas. Al mirar sus manos, nota que no están arrugadas ni tienen las venas marcadas, se las refriega una con otra pero éstas se mantienen jóvenes. Al girar y observar la ventana de la cocina, se reconoce en el reflejo a sí misma, pero a sus 20 o 25 años, con su cabello largo y recogido. Se acerca al vidrio para observarse mejor: ni arrugas, ni cansancio en la mirada... joven, otra vez.

Al bajar la vista, ve el paquete de fideos caído sobre la mesada de la cocina y algunos de éstos que quedaron fuera del paquete que forman la siguiente frase: "Deseo cumplido, ahora a salir, a vivir tu vida".

Sin dudarlo, convencida y con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, Angélica sale de su casa con lo que tiene puesto (su vestido favorito de su juventud, hacía años que lo había regalado para que lo usara alguna joven a la que le quedara bien, pero al parecer, además de devolverle tantos años, el genio también le dejó un souvenir, un extra, lo que llamamos una yapa, con este vestido), decidida a no volver jamás a ese pueblo. Mientras se aleja caminando hacia atrás -cosa que no hacía desde que era mucho más joven, como es ahora-, observa, con su mirada rejuvenecida, su pequeña cabañita por última vez, a la que no va a volver nunca más.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 28, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Historias robadas de sueños ajenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora