El camión apareció de la nada, a su derecha……Por suerte y por muy poco llegó a esquivarlo con su auto, pisando el freno apenas y girando el volante bruscamente. Después de quedarse discutiendo a los gritos inútilmente unos segundos con el conductor del camión, se decidió a retomar su camino, ya iba tarde para llegar al aeropuerto y no podía seguir perdiendo tiempo.
Una vez superadas las corridas y los trámites hechos con total locura y acelere, llegó a su avión, justo a tiempo. Después de acomodarse en su asiento, sólo después de hacerlo, el señor Asolas pudo relajarse un poco. Era la primera vez que llegaba tarde, verdaderamente tarde, a un vuelo y había tenido muchas oportunidades de hacerlo antes en su vida, se la pasaba viajando y en aeropuertos o aviones, pero ésta era, a su ya no tan temprana edad, la primera vez que le pasaba tan al límite. Tenía, por lo tanto, como todo hombre metódico y escrupuloso, un mal presentimiento con el vuelo debido a este contratiempo. Aun así, se dejó relajar en su asiento.
A las tres horas de vuelo todo resabio de malestar y de presagios oscuros había desaparecido. En primera clase el alcohol no escasea y el mareo y el sueño vienen rápido. Un vuelo que se hace dormido, aunque sea en primera, resulta menos tedioso y el tedio era algo que Emiliano Asolas esquivaba siempre que podía, así que, aunque ya estaba bastante entonado, pidió una última copa para quedar noqueado sin llegar a notarlo.
Pero cuando le estaban sirviendo ese vaso de whisky, el número ya no sabía cuánto, no pudo evitar desperezarse un poco. Todo empezó a temblar y la botella de whisky terminó en el suelo; aunque la azafata seguía dibujando una sonrisa con su boca, sus ojos no podían evitar trasmitir otro mensaje. Emiliano estuvo seguro de que todo andaba mal cuando vio cómo la azafata golpeaba el techo de primera clase con su espalda, sin más sonrisas; todo subió, golpeó el techo y cayó bruscamente sobre los pasajeros, que hubieran hecho lo mismo de no haber estado sujetos por los cinturones de seguridad. Los pocos que no lo tenían puesto siguieron el camino de la azafata, subieron, golpearon el techo y cayeron al suelo, nuevamente en sus asientos o sobre algún otro pasajero.
En muy poco tiempo (algunos dirían que esos segundos duran una eternidad, pero Asolas sintió que todo fue fugaz) un avión cayó y se estrelló en el océano. Un hombre muy ebrio que flotaba sobre una valija fue arrastrado por la corriente a las orillas de una isla. Pasarían muchas horas hasta que se despertara.
Y cuando se despertó, nada podía hacer un recuerdo que tuviera sentido en su cabeza. De panza al suelo, con la boca llena de arena y agua salada, no había una imagen clara en sus recuerdos que lo ubicara en esa playa, con esa vegetación apenas lejana ni con el nene que lo miraba fijamente desde la roca que estaba unos metros más adelante. Abrió un poco más los ojos, levantó un poco la cabeza y lo vio mejor, sentado sobre la piedra con las piernas dobladas hacia el pecho, con su pera apenas prominente del maxilar apoyada sobre sus rodillas, mordiendo con sus dientes superiores su labio inferior, como preguntando: “¿Qué es ese hombre que no termina de morir en la orilla?”.
Como pudo, Asolas pidió por ayuda, se sentía indefenso y agotado, pero más que nada, completamente desorientado, no podía recopilar lo necesario para saber dónde estaba ni por qué. No sin tomar precauciones y hacerlo lentamente, el niño se acercó a Asolas, lo enderezó como pudo, haciendo un gran esfuerzo para ponerlo boca arriba, se sentó detrás de él (apoyando la espalda de Emiliano contra su pequeño pecho para que el accidentado se pudiera mantener sentado) y lo abrigó con un abrazo. Emiliano volvió a quedarse dormido.
Cuando volvió a abrir los ojos estaba recibiendo agua de manos del niño, que con una hoja de un árbol encauzaba las gotas de lluvia hacia la boca de nuestro náufrago. Después de toser un poco y de sentir un escalofrío, ya que estaba completamente empapado por el naufragio y la tormenta, Emiliano dijo: “Muchas gracias, chiquitín, por el agua ¿Sabés dónde estamos?”. El niño negó con la cabeza mientras le contestaba: “Estoy perdido, pensé que nadie me iba a dejar solo, pero cuando me desperté ya no estaban, me dejaron acá donde sabían que no había nadie. Pasó mucho tiempo sin que vea a ninguna persona, hasta que apareció usted”. El nene estaba aterrado y Emiliano sintió entonces cómo todo se convertía en su cabeza en lo opuesto a la primera idea que había venido a su mente: el niño no sabía dónde estaban ni había visto a nadie en días y por lo tanto no podía ser de mucha ayuda; automáticamente, todo eso, sumado al hecho de que había sido abandonado, lo transformaban en su responsabilidad, no sólo debía salvarse a sí mismo, debía cuidar de alguien antes que de él.
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Historias robadas de sueños ajenos
Short StoryÉsta es una antología de cuentos de lo que se suele llamar género fantástico o extraño, aunque también hay algunos que no responden del todo a esa clasificación. Los personajes de estas historias son gente común, como vos y yo, pero a las que les t...