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Caminando de un lado a otro. Los sirvientes organizaban el salón para la llegada de la familia Tachibana y el Duque Hanagaki después de que estuviera tres meses afuera haciendo sus deberes como comandante de la guardia imperial. Takemichi estaba en su habitación. Había tomado un extenso baño para que los singulares nervios que nunca había sentido se fueran. Yumi, la sirvienta que su padre había asignado para el–Debido a que nadie quería servirlo– estaba a su lado ayudándolo a organizar su cabello.

—Joven maestro usted es muy hermoso—Yumi menciona de la nada, causando que un pequeño sobresalto se extendiera por su cuerpo. Takemichi miro a Yumi con una expresión en poker, queriendo decirle con ese gesto que ya lo sabía, sin embargo, aunque ese fuera su propósito, sus orejas sonrojadas sobresalientes por su cabello negro delataron su timidez.

Yumi sonríe en la esquina de la habitación. Mientras Takemichi se mira en el espejo de cuerpo completo. Llevaba un pantalon negro, era algo apretado con cuatro botones dorados en la parte de adelante alineados en un cuadro. En la parte de arriba llevaba una camisa blanca de mangas blancas con volantes, con una cita y adorno en el pecho de color azul brillante. Era una ropa casual, que se veía elegante y no tan exagerada considerando que solo es para recibir a su padre y claro, por educación a la familia Tachibana.

Suspira, sus manos están sudorosas. Arregla un poquito su cabello negro y se da animos metales para caminar fuera de su habitacion cuando escucha el curruaje de su padre llegado.

Esto ya lo había vivido antes; lo recuerda muy bien. Recuerda haber alistado su ropa antes de correr feliz donde su padre que había estado ausente durante tres meses. Sin embargo, como siempre era costumbre su progenitor no se veía ni contento ni molesto con ver que seguía con vida. Ya se había acostumbrado, pero al final al cabo, un hijo siempre desea la atención de sus padres.
Aunque este parezca no importarle.

Takemichi camino por los pasillos hacia donde su padre, debía darle la bienvenida como forma de respeto. Esta vez no corrió, sintió que no valía la pena si siempre recibiría el mismo trato. Cuando llegó a la entrada, donde los sirvientes estaban alineados en dos filas para darle el paso a su padre, Takemichi lo vio allí. Se acercó a paso tranquilo e hizo una reverencia cuando este lo miró un momento.

—Padre, Bienvenido—Dijo. Su cabeza estaba mirando hacia abajo, no se acercó y no le sonrió como de costumbre.

—Levanta la cabeza—Su voz sonó autoritaria. Takemichi no se negó a la orden y se encontró los duros ojos grises de su padre. Tenía la cara estática, no reflejaba nada y eso lo hacía sentir nervioso. Trago fuertemente saliva y al final no sucedió nada. Su padre lo miró y no dijo nada más mientras se retiraba hacia su habitación seguido por sus empleados que lo atendían.

Por reflejo Takemichi suspiro. Miro a las criadas que se retiran y el deja vu que esperaba, nunca llegó. ¿Había cambiado algo?

Volviendo por donde había llegado, se encontró con las puertas correderas que daban al establo. Takemichi se dirigió hacia allí, los Tachibana tardaban un poco, así que se le ocurrió la idea de ir a visitar a su yegua que no veían desde su accidente. Como el establo, por donde se había metido, estaba pasado el área de entrenamiento que su padre le tenía estrictamente prohibido ir, puedo notar como dos hombres peleaban eufóricamente entre ellos. Uno era de cabello cenizo, su rostro era serio y a primera vista era atractivo. Sobre todo por esa marca de quemadura que adornaba a un lado de su cara, el otro era azabache, sus ojos gatunos veían los movimientos de su contrincantes para analizarlos. 

Ambos movían las espadas, el metal chocaba provocando que pequeñas chispas crisparon. La multitud que estaba rodeandolos, que era poca, gritaban alegres.

El Villano PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora