Cristian era un dragón. Durante un curso entero, se cebó en el cervatillo, descargando frustraciones, maltratos y empequeñecimientos atragantados en la fea y delicada criaturita. Cristian, una verdad implacable que la biología y la diacronía dotaron de crueldad. Para cuando se conocieron, el cervatillo ya era practicante de un estoicismo tan férreo que habría ensombrecido la doctrina de cualquier asceta, jamás tuvo opción de resistir el embate, de contraatacar contra fantasmas inasibles. Estaba plenamente convencido de que Cristian también estaba compuesto de ectoplasma, como el resto de monstruos, por lo tanto, un enfrentamiento con el dragón estaría regido por el mismo principio que regía los enfrentamientos con sus fantasmas. Cristian solía vejar al chico enfermizo con el fin de olvidar, temporalmente, aquella condición ineluctable de su ser: ya en el alumbramiento le habían podrido las alas. Cervatillo idiota, creciste en un barrio cristiano, claro. Debiste aprender a perseguir siete virtudes en lugar de rehuir dócil e ineficazmente siete pecados. Lo imperioso de la materia me redujo a una letanía perturbadora en los tímpanos del cervatillo, solo podía oírme si se tapaba con fuerza las orejas. Durante aquel año entendí, por fin, que eso ya no importaba, lo moldeamos de miedo, hicimos de su sistema locomotriz el carburador de la sinergia del pánico.
El 13 de marzo, a las 10:07, después de la clase de Matemáticas, antes de Química (ambas materias poco queridas por el cervatillo), Cristian se acercó al chico. <<Si me tocas, te meto>>, le dice el dragón mientras se aproxima lentamente. El cervatillo ríe con nerviosismo, <<Venga, hombre, es que te me estás acercando tú>> balbucea. El dragón no comprende la idiosincrasia de un cobarde manifiesto, tan solo sigue los impulsos de una mente salvaje, <<Si me tocas, te meto>>, repite, implacable. El cervatillo queda arrinconado contra la pared, en un primer momento, brama <<Venga, Cristian, pero si no te he hecho nada, tío, por favor>>. Cristian ha de reafirmarse, demostrarse que es un dragón, es el orden natural de las cosas en su gloriosa estirpe, su abuelo se lo enseñó a su padre y su padre se lo enseñó a él. Su ceño fruncido y sus fauces risueñas se conjugan para expresar el divertimento feral de un ciclo prehistórico. El cervatillo está paralizado, en efecto, la genética ha tomado las riendas, no llamará la atención del depredador si permanece inmóvil, en absurda comunión con las paredes y los muebles. Es inútil, Cristian lo mira fijamente. Pobre chico, siente que el estómago se le está soltando. La amígdala tiene el control, las funciones orgánicas fútiles se desactivan, el sistema se prepara para llevar a cabo una defensa desesperada pero eficaz y destina a este fin todos los recursos posibles. Cristian extiende el dedo índice y toca al cervatillo en el pecho. <<¡Me has tocado!>> exclama, triunfante. Inmediatamente después, golpea al aterrado chico en la mejilla con la mano abierta, luego, trata de asirlo por las piernas para derribarlo. Es entonces, en ese instante crítico, cuando el pánico se convierte en señor absoluto del cervatillo. El chico rodea el cuello de Cristian con sus rollizos brazos, la adrenalina les confiere un poder peligroso. El dragón trata de liberarse sin éxito, golpea, empuja, patalea y se revuelve, pierde toda la dignidad de su fantástica condición. <<Basta, sentaos ya>>, Domingo, el inane profesor de Química, no ha prestado la atención debida a lo que considera un juego pueril. El cervatillo obedece las órdenes de aquella absurda voz de mando. La euforia recorre todo su organismo, ni siquiera se había percatado de la llegada del docente. Ya me darás las gracias, cervatillo.
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Tulpa de Farmacia
Historia CortaNo existen otros casos documentados sobre más tulpa que se hayan originado a partir de medicamentos u otras substancias alucinógenas. Hay cuatro manifestaciones registradas del tulpa que surgió a través de estos medios. Él mismo, valiéndose de la en...