𝗶. jackson

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         Morir de frío tenía que ser algo horrible

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         Morir de frío tenía que ser algo horrible. O, al menos estaba siendo horrible para la pobre Kassidy. Su cuerpo no podía parar quieto, puesto que temblaba arriba de abajo por los escalofríos. Sentía que su respiración era lenta, que le habían drenado toda la energía y, por si fuera poco, confusión.

Trató, de manera torpe y con los dientes castañeando, arroparse mejor con la manta agujereada que cubría sus hombros. Con las rodillas al pecho, abrazó más fuerte la pistola que parecía tener pegado en el gatillo su dedo. Hacía tanto frío que pensaba que las balas estaban congeladas y no saldrían para matar a la posible amenaza que cruzaría la puerta.

Sus ojos rasgados escudriñaron el lugar, percatándose de que en la pared desfilaba toda una familia de arañas de patas largas. Respiró hondo, y vaho salió de su boca acariciando sus labios repletos de heridas que habían parado de sangrar y parecían cubiertas de escarcha al igual que sus pestañas.

—Eh, arañita —levantó con éxito su dedo y lo posó en la pared, al lado de uno de esos animales—. ¿Tienes tanto frío cómo yo? ¿O acaso no lo sientes y por eso caminas como si nada?

Ni siquiera sintió un mínimo cosquilleo cuando una de las arañas comenzó a caminar por su falange y posteriormente por su mano. El negro de la araña contrastó con lo pálido de su piel; como si el animal estuviera caminando por la misma nieve que caía del cielo en aquel momento. Sin embargo, le pareció cruel separarla de su familia. Así que, volvió a dejarla en la pared, y la araña volvió a su caminata sinfín.

Enseguida después de hacer aquello, escuchó el sonido de la puerta al ser abierta. Inmediatamente, empuñó su arma sin fijarse en que su pulso temblaba tanto como para no acertar si quiera en un blanco quieto. Sin embargo, la imagen de su hermano apareció por la habitación, cargando unos troncos de madera mientras él tiritaba.

—Kass, he vuelto —anunció, aunque era algo obvio—. He conseguido madera y está seca, podremos hacer una fogata para calentarnos.

—Estaba empezando a preocuparme por ti, Kasen —confesó ella, abrazándose más fuerte y dejando la pistola a un lado dado que ya estaba ahí su hermano mayor—. ¿Puedo dormir ya que estás aquí?

𝗢𝗖𝗘́𝗔𝗡𝗢,          ellie williams Donde viven las historias. Descúbrelo ahora