I.

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Asher
Siempre era igual, ya ninguno de los dos dormía, no conciliaba el sueño y por esto, prefería no hacerlo. Siempre pensó que no sabía lo que él hacía. No paraba. No se detenía. Intentaba sacarnos de las cuatro paredes en donde solo había dolor y terror. No lo conseguía. Siempre terminaba de víctima de aquel hombre, que se hacía llamar padre, envuelto de sangre y dolores al igual que su madre. Víctima de la ignorancia y el enojo irracional de un hombre que merecía quedarse solo.

De niño, mi hermano era mi héroe, de aquel al que admiras por dar la cara por otros, por sacrificarse él y no a la criatura que, por las noches, mojaba la cama cuando un monstruo lleno de ira llegaba.

En ocasiones me detengo a pensar, ojalá hubiese sido más valiente, en vez de esconderme tras la saya de nuestra madre u ocultarme en un armario en el cuarto de mi hermano.

Quería tener el valor de hacer frente, de luchar como los dos. Pero en cambio, ellos hacían que no me preocupara y obviara lo que enfrente pasaba. Cuando ella se marchó, fue muy duro para los dos, la tía Mary se encargó, en lo que pudo, de los dos.

Él se veía triste, pero creo que no lloró. Nunca lo vi llorar. Le afectó, pero ni una lágrima derramó. Bueno, hasta aquella vez que tú, la persona que más amó, se vio en el borde el adiós.

Pero una noche, curiosamente, pude conciliar el sueño, ligero cual rose de seda. Esa mañana dejó todo listo. El desayuno y una nota, en donde decía <<tengo trabajo en la tarde, ve al restaurante de la tía Mary>>, con su caligrafía redondeada sin ninguna falla.

No sabía que hacía en la madrugada, en su mañana, tampoco en su tarde; solo sabía que llegaba y repetía la misma rutina cada día.

Y la mía no era muy distinta; entre el estudio y aquellos muros que se convertían en mi nebulosa lejos de mi universo, para el cual, se veía acercar su Big Rip cada vez más. Pero había algo, algo que fomentaba mi olvido. Olvido de mi universo, de mi nebulosa, de mi final; era Sirio, la estrella más grande que he podido contemplar, aquella persona que me hace olvidar. Solo con su mirar coloca un curita en cada una de mis heridas, hace que recuerde lo que debo lograr, el motivo de mi esfuerzo, para poder curar mi universo.

Pero esa tarde, algo en mi hermano cambió, él llegó antes de lo pensado y me empezó a contar de la oferta de trabajo que su maestro le ofreció en un buen lugar de estátus social, para que se desempeñara en lo que amaba, y esto le hacía inmensurable ilusión.

No sonreía abiertamente, pero notaba su entusiasmo disimulado. Comimos junto con la tía Mary. Su comida siempre tenía un toque parecido a la que mamá preparaba, estaba hecha con mucho cariño y nos encantaba su presencia. Era envuelta de amor y en ocasiones una pizca de dolor, pero siempre lo opacaba con su sonrisa.

Ya pasadas las tres de la tarde, Alain se preparó y se marchó dejándole un beso en la mejilla a la tía y a mí me acarició la cabeza desordenando el no muy ordenado de mis peinados. Esperaba que le fuera bien. Sabía lo que se le daba bien, componía sus canciones, entonaba la guitarra y le fascinaba dibujar con lápices de carbón, porque con los de color era todo un horror.

Y ahí me quedé ese día. Esperando que volviera con una sonrisa.

RingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora