Capítulo 4

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Eran las cinco cuando llegué al lugar. Pero me di mi tiempo en caminar y en fijarme a cada esquina de las calles de Nueva York: la gente, los taxis yendo de un lado a otro, deteniéndose cuando alguien esperaba su llegada. El sonido de las tiendas mientras la gente salía o entraba. El viento, que ahora mismo no hacía otra cosa que elevar mi cabello castaño, tan parecido al de Keegan. Aunque era extraño, pues desde que me habían salido aquellos tatuajes, el cabello empezaba a teñirse de color negro. Como el ébano, del mismo color de aquella ave denominada cuervo que no hacía nada más que observarme. Sí, porque en cada esquina de las calles, en cada árbol, me encontraba ese animal yendo de un lado a otro. Graznando mientras la gente pasaba como si nada. Nueva York era demasiado ruidosa y supongo que la gente no le prestaba atención.

- Mira, mira, mira. Un pájaro negro. - decía un niño mientras saltaba señalando al animal. - ¿Lo podemos coger?

La madre, quién estaba hablando con la dependienta de una pastelería, elevó sus ojos pero cuando lo hizo, frunció el ceño y me detuve cuando dijo:

- Cariño, no hay ningún pájaro. Deja de decir tonterías.

El niño que seguía mirándolo y yo también seguía mirándolo, intentó llamar la atención del pájaro pero éste solo hacía que observarme. Sus diminutos ojos de la noche parecían querer transmitirme algún mensaje, algo que tendría que tener en cuenta.

Parpadeé al darme cuenta de lo embobada que me había quedado y el animal elevó sus alas y desapareció entre el cielo azul de la ciudad. El niño me miró y dijo:

- ¿A que tú también lo has visto? - su madre me miró. Cogió a su hijo y lo acercó a él. - Mira, tu pelo es parecido al del pajarito. - señaló mi melena.

Pero no quise responder. La mirada de la madre era de susto, como si estuviera viendo algo monstruoso. De manera que me apresuré a llegar donde todos estaban esperando, pues solamente quedaban cinco minutos para las cinco. Corrí esquivando a la gente y, mientras sentía mi corazón yendo a cien por hora, mientras el viento me elevaba el cabello y mis piernas cada vez iban más rápidas, vi en el cielo una docena de cuervos dirigiéndose en mi dirección.

- ¡Ellie! - gritó Amy tras verme. Me abrazó fuerte intentando de esta manera unir cada parte de mi cuerpo que posiblemente se hubiera roto al ver la novia de Nathan.

Tuve que mirarla dos veces porque parecía que estuviera viendo mi propio reflejo. Como si alguien hubiera puesto un espejo.

- La estás viendo, ¿verdad? - me susurró Amy sin dejar de abrazarme. Asentí. - Es una réplica exacta a ti.

Se separó de mí y saludé a los demás. Nathan me abrazó fuertemente y noté todas las miradas en nosotros dos. Casi podía notar la incomprensión de Amy.

- Hola, Ellie. - me dijo él mientras me abrazaba fuertemente. - Ella es Nikki, mi novia.

Ella, exactamente igual a mí, incluso con el mismo color de ojos, me sonrió y me saludó.

- Hola, Ellie. Yo soy Nikki. Encantada. Nathan siempre me ha hablado de ti. - me dijo con un tono demasiado dulzón en su voz.

Me apreté la mejilla por dentro. No era nada desagradable ni celosa al verme visto con Nathan abrazándome de esa manera. Era un encanto. Tanto que dolía.

Entre todos y mientras Nikki cogía con cariño la mano de Nathan, nos dirigimos al parque donde pasábamos la mayor parte de las veces hablando y diciéndonos lo que nos había ocurrido aquél día.

- ¿Cómo te ha ido en L.A Village? - me preguntó Nikki. - Bueno, siento haber sido tan indiscreta. No me conoces de nada y. . . - se encogió de hombros.

Cuervo {EN PAUSA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora