Capítulo 2

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Ellie

Nana me había preparado una taza de chocolate con nubes y una nota que me decía que dejara de preocuparme, que son cosas que pasan. Pero cuando la leí volví a caer en el mismo dolor, como si me hubieran apuñalado fuertemente y no quisieran parar.

Había ocurrido el día anterior. Pero mejor lo explico desde mi llegada.

Tras el regreso a Nueva York, quise darle una sorpresa a Nathan, de modo que me dirigí a su casa, aún con la muleta a cuestas. Hacía un día espléndido; el sol dibujaba sombras bajo los árboles, hacía un viento fresco y por donde vivía, en su urbanización, solía haber zonas enormes de césped y flores. Amy, mi mejor amiga, lo sabía, por esa razón llamó a Nathan para encargarse de que no saliera de casa; le había dicho cualquier excusa. Cuando llegué él estaba en pijama: pantalón de chándal, el cabello alborotado, camiseta de tirantes y con cara de sueño. Su cara al verme fue de sorpresa e incluso tuvo que parpadear varias veces para darse cuenta que la Ellie que veía delante era de verdad.

- ¿Ellie? - preguntó, sin creérselo.

- La misma. - dije mientras mi cara se sonrojaba. - He vuelto. Llegué ayer pero no os dije nada para haceros una sorpresa, aunque Amy ya lo sabe.

Pero él no dijo nada más, simplemente se abalanzó a mí y me abrazó con todas sus fuerzas. Sus brazos, ahora más fuertes, me rodearon la espalda y me arrinconaron contra su pecho. Escuché su enorme corazón bombear sin parar y reí como una tonta mientras no dejaba de decirme: te he echado de menos. Poco después me preguntó sobre la pierna y tuve que decirle que me resbalé por las escaleras.

- Típico de ti. - respondió entre risas.

Subí a su casa y estuve desayunando con sus padres, quienes se alegraron de volverme a ver. Tuve que mentir cuando me preguntaron por mi hermana melliza:

- Ha querido quedarse a L.A Village para acabar allí. Donde quiero estudiar yo es en la Universidad de Nueva York y ahí no me veía capaz de seguir. - les dije, mientras miraba con atención el té que Nathan me había obligado a beber.

Esa misma mañana, ambos nos dirigimos para quedar con los demás. Amy me abrazó tan sorprendentemente fuerte que me dijo que estaba yendo al gimnasio; Rob, por su parte, no pudo aguantar las ganas de llorar mientras me decía que por qué demonios me había ido si al final volvería. Jessica había cambiado completamente; su melena rubia había sido remplazada por una melena pelirroja que me recordó bastante a Ryana. Y Steve, el pequeño del grupo, había crecido tanto que tenía que ponerme de puntillas para abrazarle bien. Aquél día fue perfecto; fuimos a bares musicales, volvimos a ir a las mejores tiendas de discos, fuimos al parque de Nueva York. Alquilemos una barca para navegar en ella. Incluso decidimos hacer una barbacoa para darme la bienvenida.

Los días siguientes fueron perfectos, incluso cuando llegué al instituto, algunos me preguntaron por mi pierna, otros por qué no había venido mi hermana melliza, y mi mentira fue esparciéndose por todo el instituto. Allie seguía siendo el centro de atención, incluso de cursos superiores e inferiores. Cada vez que mi boca susurraba, pensaba, decía, explicaba su nombre, su situación, donde se encontraba, me sentía más enferma. Me sentía más sola. Me sentía más vacía. Sentía que una parte de mí moría en cada instante. No dejaba de recordar, cada vez que me paseaba por los pasillos, por el comedor, por las aulas, el sonido de sus tacones; el olor de su perfume. Incluso recordaba aquellas miradas de reojo que me daba cada vez que estaba con mis amigos. Esa conexión, esa complicidad se había esfumado como el humo. Tuve que aguantar, en algunas ocasiones, las ganas de llorar. Había regresado a Nueva York por mí, no por ella. En el momento que me encontrase a mí misma, regresaría a L.A Village, aunque había momentos que no lo deseaba. Deseaba quedarme y que todo fuera un dichoso sueño. Prefería saber que estaba en coma. O que en cualquier momento apareciera Allie con sus ropas de niña malcriada, su maquillaje, su gloss de labio. Su perfecta cabellera rubia. Pero no podía, en algún momento, aquello que había dejado a medias en L.A Village, tenía que resolverlo.

Y luego estaba Elliot, Ryana, Kay, Audrey, Aaron, Cassandra y Savannah.

- Eh, Ellie. Me alegra verte. - me dijo Alec, cuando estaba metiendo los libros en mi taquilla. La de Allie la tenía justo al lado y su ex novio la miraba fijamente.

- Hola, Alec. - le dije, evitando mirar esa taquilla.

- ¿Sabes cómo....cómo está Allie? - sus ojos marrones me suplicaban decirle que estaba bien.

- Está bien, Alec. No te preocupes.

- Seguro que ya está con alguien.

Pero en el momento de decirle que eso era imposible, me acordé de la visión que tuve. De aquél chico que estaba con ella en la cama. Intenté borrar esa imagen de mi memoria.

- No sé nada. Pero ella te quería más que a nadie, Alec. - él asintió, pero solamente para mostrarme que no le importaba.

Y tras aquél día había quedado con él. Le acompañaba a sus entrenamientos, pues era el líder de jugador de fútbol americano. Comía con él y algunas veces le pedía a Nathan que me acompañara, pues después quería volver a casa junto a él. Sus ojos azules estaban brillosos desde que regresé y deseaba con todas mis fuerzas poder acercarme y decirle lo mucho que lo quería. Lo muy enamorada que me sentía de él. Pero siempre estaba esa dichosa barrera que lo arruinaba todo.

Y estaba Elliot.

Y no sabía por qué siempre que intentaba acercarme a él, Elliot aparecía de repente. Entre él y yo no había nada, incluso nos odiábamos. Recordaba su frialdad, sus ojos verdes, su pelo rubio, sus labios, su nariz. Su piercing en la ceja. Su tatuaje. El día que me llevó con la moto a su lugar especial. Recordé el dibujo que tenía en la libreta y que seguía guardando en mi mesita de noche y que cada mañana, cada noche, lo observaba sin saber muy bien el por qué. Al principio creía que era por el intento de borrarlo, o algunas veces por mejorar algunas sombras. Pero a veces me preguntaba realmente por qué me lo quedaba mirando, porque lo miraba como si tuviera la viva imagen de alguien... de alguien especial. De alguien que deseaba volver a ver, aunque milésimas de segundos después lo negaba.

Pero luego estaba Nathan, el chico dulce, el bueno, el agradable, el sensible, el que me protegía, aquél a quién había alegrado el día tras regresar de aquél pueblucho. De sus abrazos, de sus miradas de dulzura que solamente se quedaban ahí; en miradas complacientes. En los videojuegos, en las tardes de risa con dolor de estómago.

Y entonces llegó ese día. Ese día que hubiera preferido haberme quedado en casa haciendo otra cosa. Pero ese día estaba demasiado feliz, porque volví a quedar con Nathan para jugar a la consola. Me arreglé bastante porque hoy era el día. Era el día que pensé en arriesgarme. En darlo todo. En poner un pie adelante y dar la cara.

Estaba yendo a casa de Nathan tranquilamente y él me recibió con los brazos abiertos, literalmente hablando. Su madre había preparado algo de aperitivo para comer y empezamos a jugar. Le hice enfadar algunas veces, le hice bromas, cosquillas e incluso lo abracé tan fuerte que sentí su corazón bajo mi pecho. Sentí su calidez, su piel, su cabello alborotado. Vi con atención sus antiguos tatuajes, algunos nuevos. Sus piercings. Todo él. Todo él era demasiado hermoso. Demasiado perfecto.

Y entonces dejé el mando de la consola sobre la mesa y me quedé quieta, mientras él mataba mi jugador en la pantalla.

- ¿Qué ocurre? - preguntó él, mirándome.

- No estoy segura. - le respondí yo y mis ojos observaron los suyos.

Pero antes de que él respondiese, lo hice. Me acerqué a él lo rápido que pude y le besé. Lo atrapé entre mis manos y lo atraje hasta a mí. El cosquilleo me subió hasta la zona de la cabeza y él siguió el juego. Dejó el mando de mala manera y me abrazó mientras nos fundíamos en aquél beso. No supe cuánto duró, pero hubiera preferido mil veces que no hubiera durado tanto para no sentir aquello tan especial, porque, cuando me dijo lo siguiente, sentí mi corazón hacerse pedazos y no estaba segura de que volviera a recomponerse tras todo lo que había pasado. Se apartó de mí lentamente y, tras intentar sonreírme y mirarme con aquellos ojos azules, me dijo:

- Ellie... - me cogió de las manos y las acarició. - Ellie tengo novia.

Cuervo {EN PAUSA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora