Prólogo: Niños en el cosmos

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Planeta Arcadia; año 1990 d. C.
Un par de semanas desde su llegada.

Adaline arrugó la nariz y apartó el plato que Kaithan le había extendido, provocando que la sopa salpicase la mesa del gran comedor. Con notable molestia se cruzó de brazos y refunfuñó por lo bajo una maldición que parecía decir: "papá cocina mejor".

El adolescente alzó la mirada del libro y detalló el gesto consternado de la niña. No debía tener más de seis años, pero para alguien de su edad sabía exactamente lo que quería. En ese preciso momento, Adaline deseaba volver con su familia.

—Vamos, pequeña, tienes que comer —acercó nuevamente el plato hacia ella y le sonrió dulcemente—. Debes ser fuerte.

Enojada, gritó—: ¡Quiero irme a casa!

Uno de los cadetes más grandes los miró con el ceño notablemente fruncido—: Será mejor que la controles, Dane.

Braxten Lane detestaba a Kaithan más que cualquier otra persona en el Instituto y podría enumerar las razones: Kaithan era arrogante. Kaithan era el mejor del Programa. Kaithan era su compañero de cuarto. Kaithan era un dolor de cabeza.

Y el sentimiento corría la suerte de no ser unilateral. El susodicho odiaba al centauriano con fervor. Era un sentimiento avasallador, lo mantenía ocupado gran parte del día y con frecuencia lo desconcentraba. No ayudaba que tuvieran que compartir litera, así pues, las discusiones nunca faltaban. Se habían vuelto parte de una rutina bien conocida, a la cual lentamente Adaline se iba acoplando.

Dado que ambos jóvenes —de dieciocho y dieciséis años respectivamente— debían cuidar de la niña, no les quedaba más remedio que intentar hacer sus diferencias a un lado. Claro que no siempre funcionaba. Braxten no era para nada paciente y, por lo general, le ponía nervioso que Adaline llorase. Era un chico extraño y no le gustaba en lo absoluto los infantes, repudiando hasta la médula que ella quisiera tomarlo de la mano. Lo máximo que permitía era que lo abrazara por las piernas cuando estaba asustada, lo que ocurría con muchísima frecuencia.

Por lo general, ambos deambulaban por el Instituto juntos y ella se ocultaba detrás de su imponente figura. Claro que él la escudaba y evitaba que cualquier persona se le acercara, pero jamás admitiría que deliberadamente la cuidaba.

Kaithan era todo lo contrario. Sin falta en las noches se encargaba de arroparla y distraerla cuando Braxten era llevado para una intervención quirúrgica. Se robaba cuadernos y crayones para ella, y solía cargarla en sus brazos hasta que se tranquilizaba, en las noches que la niña extraña con fervor su hogar.

Cuando Kaithan era llevado, Braxten solía tomar asiento en su litera y la observaba jugar con muñecas de trapo que él confeccionó a partir de telas hurtadas.

"Intervenciones" era una palabra clave que todos en el Instituto utilizaban para desligarse por completo de lo que en realidad implicaba. Eran torturas que solían durar días, pero ninguno se veía capaz de explicarle eso a una niña que sólo quiere volver a casa y ver a sus padres. Cuando alguno regresa, cubierto de sangre y golpes, por lo general Adaline lo abraza y no se aparta de su lado.

Kaithan ignoró la crudeza en la voz del cadete y le sonrió con afecto a la niña—: Estás en casa, por favor, come.

—¡No!

Adaline volteó el plato, causando un gran desastre en la mesa y llamando la atención de varios guardias.

—Mierda —masculló Braxten y rápidamente tomó varias servilletas, comenzando a limpiar—, mocosa deja de hacer todo más difícil.

—No le hables así.

Furioso, él preguntó—: ¿Quieres que Hassan la lleve a los laboratorios?

La niña se sentó en el regazo de Kaithan, abrazándolo por el cuello y escondiendo su pequeño rostro en el pecho del muchacho. Él la envolvió posesivamente con los brazos e intentó calmar el desconsolado llanto.

The Fugitives, 89P13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora