Capítulo 1: Los fugitivos de Atlas

750 80 107
                                    

Planeta Atlas; año 2013 d. C.


Adaline Prince no recordaba demasiado de su antigua vida. Ese era un hecho que la asediaba día y noche.

Detalles pequeños, como su color favorito o con qué peluche solió dormir, eran irrelevantes para su memoria. Sin embargo, incluso cuando fue secuestrada a la corta edad de seis, podía describir a la perfección los rostros de sus queridos padres: Desmond y Raiden. Poco podía recalcar de su juventud con ellos, pero Adaline los amaba con fervor. De alguna forma, además de Braxten, fueron la luz que mantuvieron viva la esperanza de escapar.

Veintitrés años más tarde, los llevaba en su corazón como una promesa: "algún día, papás, los voy a encontrar".

Muchas cosas le habían sido arrebatadas en el Instituto de Denarian Hassan: su identidad y humanidad, el deseo de luchar, su inocencia y sus recuerdos. Creció en la mansión de un hombre cruel y despiadado que, con mucha dedicación, la convirtió en un arma. Podía contar con los dedos de la mano el número de asesinatos que cometió en nombre del científico. Como parte del Escuadrón Tormenta, que antiguamente fue liderado por su tío y buen amigo Braxten Lane, Adaline fue declarada francotiradora. En su rifle de asalto, modificado a gusto en el transcurso de los años y que hasta la actualidad llevaba consigo, hizo una marca por cada víctima cobrada.

Un total de siete confirmadas y dos heridos de gravedad.

Con el tiempo, ella logró desempolvar recuerdos algo borrosos, con voces distorsionadas y sentimientos a los cuales no lograba ponerles nombre, pero ahora de nada le servían. Su pasado ya no era más que eso. El Programa para crear armas biológicas, que Hassan usó a su placer, incluyó un paso importante para garantizar la cooperación de sus integrantes: obligarlos a olvidar sus vidas antes de llegar al Instituto, por medio de terapias de electroshock.

Adaline tenía escasas memorias sobre su estadía, tampoco podía recordar su verdadero nombre o de dónde provenía. Cuando intentaba desentrañar las escenas con las que frecuentemente sueña, un dolor profundo en sus sienes la hacía desistir.

Tal vez significaba que no estaba del todo lista para averiguar qué clase de cosas vivió y, por más de que tenía un vistazo general de lo que le ocurrió allí y cómo escapó, su tío Lane no quería siquiera hablar al respecto. No era tonta. Comprendía que ambos sufrieron gravemente. Tenían cicatrices como prueba de la crueldad de los científicos y guardias que custodiaron el gran instituto. No obstante, una terrible amnesia nublaba sus sentidos y la sumía en un enigma aterrador.

¿Cómo llegaron a Atlas? ¿Quién era el tercer navegante que no sobrevivió? ¿Por qué su tío no quería decirle nada?

Albergaba la esperanza de que sus memorias regresen. Hasta ese entonces, no le quedaba nada más que aguardar con diligencia.

El día que llegó a Atlas posiblemente era el desencadenante de los misterios que la rodeaban a ella y a su tío: despertó en las ruinas de una nave estrellada, con un cadáver irreconocible debido al fuego que lo chamuscó, créditos almacenados en la computadora central e información que parecía ser valiosa. En ese entonces, Braxten se encontraba tirado a varios metros de distancia, con un brazo totalmente destrozado por el impacto y sangre manando de su cabeza. Ella no estaba en mejores condiciones. Tenía un golpe brutal por encima de su frente, que requirió de quince puntos de sutura, un par de costillas rotas y los dedos de la mano fracturados.

Cuando el hombre recuperó la consciencia y fue capaz de articular al menos dos oraciones coherentes, le indicó que escondiera toda evidencia de su llegada al boscoso planeta y empezaron desde cero, creyendo que así podrían dejar atrás los horrores de Hassan y su maquiavélico instituto.

The Fugitives, 89P13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora