Noche a solas

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Recuerdo las muchas ocasiones en que mi familia nos obligó a quedarnos solos en casa a Ranma y a mí.

En aquel entonces éramos solo dos adolescentes tontos que procuraban ocultarse mutuamente sus más que obvios sentimientos.

Desde entonces había pasado mucho tiempo hasta esta semana en que nuevamente me encontraba yo en la situación de vigilar la casa mientras los hombres de la familia entrenaban lejos, en las montañas, dejándome a mí sola a cargo de todo.

Miré el teléfono con aburrimiento y una idea, que me pareció brillante, llegó a mi mente.

A esa hora, suponía, debían estar en la posada junto al río. Lo sabía porque yo solía ir con ellos, pero cuando Happosai insistió en unirse, preferí quedarme en casa.

Marqué el número telefónico que recordaba de memoria y esperé unos segundos hasta que escuché descolgar la llamada.

-Sí, diga?- la anciana dueña de la posada, cuya deliciosa comida era conocida por toda la región, me respondió casi de inmediato.

-Señora Nanako, qué gusto me da escucharla. Habla con Akane Tendo, me recuerda?

-Por supuesto que te recuerdo, niña!-respondió con su dulce voz-Acabo de decirle a tu esposo que me extrañaba verlo por aquí sin tí.

Fingí lo mejor que pude mi voz para no verme demasiado ansiosa y obvia.

-Ranma ya está ahí? Aún es tan temprano-pregunté recostándome al marco de la puerta de la cocina.

-Niña, me da mucho gusto escucharte pero tu esposo justo me había pedido el teléfono para llamarte.-se despidió cordial- Ojalá vengan juntos a visitarme la próxima vez.

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Abrí la ventana de mi habitación en un vano intento por regular la temperatura de mi cuerpo. El calor que sentía aquella noche me estaba consumiendo y empezaba a dudar de lo que planeaba hacer.

La brisa nocturna meció las cortinas blancas y alborotó mi corto cabello negro. Me alejé de aquel sitios segundos después, aún acariciándome los labios, sintiendo en ellos su sabor y calidez y asintiendo resignada a la penumbra me senté en el borde de la cama.

Acaricié lentamente mis labios, deslizándome hacia la barbilla y cuello con la yema de los dedos y me detuve justo donde mis senos empezaban a elevarse cubiertos por la seda del pijama.

Solté un suspiro cargado de deseo, molestia y frustración antes de estirarme para encender la lámpara del escritorio.

Solo por esta vez!- maldije mentalmente-Esta vez y nada más-me aseguré a mí misma, avergonzada y mortificada a partes iguales.

Me recosté en la cama y flexioné ambas piernas sobre el colchón, la seda del corto pijama amarillo se arremolinó en el inicio de mis muslos, firmes y tersos.

Cerré los ojos intentando serenarme  y me humedecí los labios. Luego respiré hondo. No quería estar nerviosa, pero lo estaba.

Mi mano derecha descansó indecisa un instante en mi abdomen, esculpido por el ejercicio constante, antes de empezar a deslizarse bajo la seda del pijama, cuyo futuro próximo esperaba en un rincón solitario de la habitación dejando a su cuerpo, desnudo y caliente, expuesto sobre las sábanas.

Mis senos, como pequeños volcanes, esperaban impacientes por el contacto de sus manos, deseosos de las caricias que la llevaran a explotar en un ardor conocido.

Los mimé como deseaba que él lo hiciera e imaginé a su verdugo personal aprisionándolo en sus labios, mientras amasaba al seno contrario...mis pezones se erectaron ante tal imagen mental y mí cuerpo continuó buscando mayor placer guiado por mis dedos.

Siete Días De Amor RanKane 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora