Se trata de una isla preciosa, sin huella humana solo naturaleza, y mira que en algún momento el ser humano fue naturaleza también. Se supone, de echo, que seguimos siendolo.
El cielo estaba lleno de lucecillas. Y allí estabas tú.
Cogía tu mano, la besaba y tú me sonreías dulcemente. "Todo un caballero, como siempre" timbraba tu voz, como si de naturaleza viva se tratase.
"Siempre" tonteaba yo. Estabas preciosa ese día. Siempre lo estabas.
Y pensar que había creído que el ser humano podía ser solo. El ser humano podía ser solo, si, pero el poeta no. Y es que estamos hechos para sentir, para estar con la naturaleza y sentirla. Cómo, sino, iba yo a escribir.
Y es que el ser humano era un arte en si, muchos nunca se daban cuenta, pero todo el mundo tenía tantas cosas en si, dentro suya, que me inspiraban.
La luz o transparencia de los ojos, los rasgos de las arrugas, los rizos únicos, las cicatrices de guerra con uno mismo, los ojos que contenían galaxias, las palabras de sabiduría, las sonrisas imperfectas que daban ganas de besar, aunque fuese desde un sentido puramente de amistad, el arte del habla de quien nace cerca del Guadalquivir y ama a Triana, las manos grandes que son capaces de rodear toda mi cara en los sentidos más dulces posibles, los ojos de media luna que engañan con amores, los hoyuelos por los que se pierde la historia, las manos que escriben la poesía más hermosa que jamás he visto, la extrañeza de los desconocidos y sus misteriosos 'después'.