Se dirigía a la casa, lentamente, tranquilo. O al menos eso aparentaba. Estaba emocionado de ver a Wilbur. Verlo siempre era emocionante.
Esa vez había más gente en esas calles. Era raro. Pero no sospechó mucho. Hasta que hubo más y más gente. Algunos se iban, otros apenas llegaban, y otros estaban pasando. Hasta que llegó a donde estaba la casa.
Había gente reunida alrededor.
No encontraba una razón por la cual podría haber gente.
Hasta que encontró una razón.
La casa ya no estaba.
Se abrió paso entre la gente para ver qué no había nada más que escombros.
No podía ser, no podía, no podía. Wilbur…¿Dónde estaba Wilbur? Tal vez…tal vez él también se había ido. No quería que se fuera. No podía irse aún. Necesitaba su pedacito de muerte, su rayito de sol. Necesitaba su felicidad.
"¿Wilbur…?"
Sabía que ya no lo escuchaba. Ya nunca podría escucharlo. Había lágrimas en sus ojos. Pero, ¿Cómo podría no llorar? No sólo eran los escombros de una casa.
Eran los escombros de una historia de amor.
Su historia de amor.
¿Por qué la vida tenía que ser tan cruel?¿Qué se suponía que iba a hacer ahora?
¿Qué iba a hacer ahora si lo único que lo hacía feliz se había ido?
Se quedó ahí. Se quedó ahí hasta que no hubo nadie más que él. Nunca se fue. Porque Wilbur seguía con él. De algún modo seguía ahí. No se podía ir sin su corazón.
Wilbur se había llevado su corazón.
Lo necesitaba de vuelta.
No podía irse así.
Pero al final lo hizo. Se fue.
Dejó su corazón en aquel que alguna vez fue su hogar.
Con el que fue el amor de su vida.