Dogma Bully

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Nathaniel.
«Respira»
«Otra vez respira, Nael.»
«¿Aún me persiguen?»
«Tengo miedo de mirar»— me estremecí cerrando los ojos— «Pero es tarde y no puedo pasarme el resto del día aquí»

Entrelace mis dedos y los llevé a mis labios susurrando algunas palabras sobre ellos antes de asomar discretamente medio rostro fuera del lugar donde me ocultaba.
La copa de los arbustos que crecían en June Park crujieron por el cálido viento que sopló sobre ellos. El extremo superior de su follaje verde  resplandecía en oro, indicativo de que ya debían ser aproximadamente las 5 de la tarde y los rayos sobrantes del crepúsculo solo alcanzaban  iluminar lo mas alto de los árboles. Esa tarde  June Park lucía vacío casi en su totalidad a excepción de una pareja de ancianos que permanecían sentados en una banca alejada.
Escudriñe el lugar casi enfermizamente. —«¿Los he perdido?»—Suspire aliviado, antes de salir del escondite: una pared anexa a un complejo de casas que parecía un lienzo de arte callejero;  repleto hasta el mínimo espacio de graffitis descoloridos.

— Oh!— exclamé,  poniéndome de cuclillas casi al instante. Mis agujetas estaban sueltas. Había corrido tanto como mis piernas me lo hubieron permitido y apenas había tenido oportunidad de encargarme de los cordones. Había mayores prioridades en ese momento , como por ejemplo escapar de la golpiza donde siempre terminaba muy lastimado.
Incluso, esperé a que fuese lo suficientemente tarde para salir del instituto y pese a ello no pude evitar encontrarme con Maro. Era como un lobo que  rastreaba mi olor hasta que finalmente me tenía en sus fauces.

Jonh Rick Maro, cretino e integrante del equipo de hockey de la escuela, un auténtico imbécil y bully. Él y sus secuaces son los protagonistas de mi infierno personal. Mi último año de preparatoria, empezó siendo un total suplicio. Un infierno en la tierra. Abrir los ojos era significativamente doloroso cada mañana ya que si bien era bastante difícil  vencer las materias, añádele a ello tener que calcular minuciosamente los horarios de esos matones para evitar cruzarme con ellos en los pasillos o peor, en los sanitarios.
No estaba seguro de que había iniciado esa red de abusos pero la primera vez que Maro puso su atención en mí, fue a mediados de segundo año. Cómo si hubiese recabado en mi existencia decidió que yo no le gustaba y por ende no debía respirar el mismo aire que él y sus amigos, matones o secuaces, como quieran llamarles.

— Él dijo que sonaba como una marica— susurré terminando de anudar mis agujetas y acariciando un moretón que sobresalía de uno de mis tobillos producto de un puntapié que uno de aquellos "amigos" me había propiciado días atras— Tal vez ... no le gusta mi voz.

—¿Por qué?¿ Acaso le hice algo? ¿Entonces...por qué  yo?— Una lágrima escapó de mi rostro cayendo directamente sobre mi zapato. Enojado, lo limpié con brusquedad. Luego otra y otra más se precipitaron sobre mis calzados hasta que fue imposible para mí contenerlas. Me permití estar de cuclillas en el suelo, no podía volver a casa conteniendo esas terribles ansias de llorar. Tenía que desahogarme o me volvería loco. De todas formas, June Park estaba casi vacío esa tarde. Poder llorar con tranquilidad era un lujo del momento y de cierta manera me hacía feliz.

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