Dogma Bully 4

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Nathaniel
—¿ Hijo, ya cenaste?—interrogó Nana, desde su cama.

Mis tripas se retorcieron ruidosamente.  No había probado bocado desde esta mañana.

— Estoy bien, abuela.— sonreí con ligereza mientras usaba una vieja secadora sobre los libros empapados  del colegio.

— Estoy ciega hijo, pero no sorda.— rió bajito— Abre la primera gaveta del estante, cariño.

Suspiré melancólico y coloqué la secadora sobre la mesita. Caminé hacia el antiguo estante de caoba del cuál Nana solía contarme,  había sido un obsequio de bodas del abuelo.

— Abuela...esto es...—  dentro había un paquete enorme de galletas dulces— Ma- María — leí en su envoltura.

— Son para tí, cómelas cariño.

Tragué saliva instintivamente. Tenía tanta hambre esa noche que pensé que podría comer las galletas y la envoltura de una vez.

—Recuerdo la última vez que pude verte con claridad. Te pareces a Enzo  pero sin duda alguna eres el vivo reflejo del abuelo cuando era joven. Cuando mi esposo tenía tu edad llevaba el cabello muy negro y su piel era tan pálida. Llamaba mucho la atención, al igual que tú.— rió la abuela tras un suspiro— De seguro tienes a muchas chicas  haciendo fila.

Sonreí con cansancio y negué con suavidad. —«¿Chicas
Apenas y tenía oportunidad de ver chicas. Mis días en la escuela transcurrían demasiado lento y era porque pasaba el bendito día intentando escabullirme de Maro y su manada de abusones. Estaba solo. Los constantes acosos habían alejado a los pocos conocidos que tenía. Nadie se atrevía a acercarse al nerd que estaba en la mira de Rick Maro.

— No soy popular, Nana— insinue nervioso.

—¡ ¿ Cómo no eres?!— exclamó la abuela brincando en su cama— ¡Pero si eres hermoso! Solo estás muy delgado. Vamos hijo, come las galletas. Son dulces y crujientes.

Caminé hasta la cama y me senté cerca de ella. Abrí el paquete y tomé 4 galletas mordiendo las 4 a la vez.  Nana veía con dificultad pero no estaba totalmente ciega, podía ver mi imagen aunque distorsionada.  Permanecía en cama ya  que la vejez había puesto en pausa sus extremidades inferiores. Sus piernas habían comenzado a atrofiarse y habían adelgazado significativamente en comparación con el resto de su cuerpo.

Nana tomó mi mano y sonrió.

— Cuando termines las galletas túmbate a mi lado y duerme junto a  mí.  Mañana debes levantarte temprano. ¿Tienes colegio, cierto?

Asentí sin alzar la mirada.

—¿Tienes exámenes?

— No, Nana.

— Excelente. Entonces no tienes de qué preocuparte. Descansa junto a mí.  Aunque la manta que uso es pequeña y no abriga mucho será suficiente para ambos. Hay mucho espacio en la cama— respondió sobando el colchón a su lado.

Incliné la cabeza y puse mi mejilla sobre la mano de Nana. Su tacto era frío y su piel era arrugada. Nana había envejecido. Mamá  siempre había estado involucradas en las drogas y pasaba mucho tiempo en estación de policía así que Nana solía cuidar de mí, pero ahora ella necesitaba ser cuidada.

— Nana, gracias. Algún día compraré una manta tibia para ti.
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Narrador
—¿ Aún estás aquí!?¿Por qué no te has ido aún?!—Chilló la mujer desde la cocina. Un intenso aroma a huevos revueltos con tocino había inundado el lugar. Sobre la mesa rebosaba un plato humeante, acompañado de un vaso de leche fría.

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⏰ Última actualización: Oct 16 ⏰

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