Capitulo III ~ Confeti Bicolor

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    Cinco días y dos horas han pasado desde que Damon dio la gran idea de hacer una fiesta con el pretexto de las celebraciones de Ecrevisse, Todos han hecho de su parte lo que han podido, convenciendo a viejos conocidos para facilitarnos todo. Desde el lugar, en el quinto piso cerca de la colina azul, bien lejos del cuartel de los guardias y cerca de las vías de tren para poder llevar a las personas en un abrir y cerrar de ojos, el que ha dado problemas es el señor Benedict que es el jefe de Metallah en la zona de publicaciones e imprenta digital. Sí se logra convencer de que es en beneficio de la comunidad y en memoria de las cosechas pasadas y venideras, todo resultaría bien.

     Rob colocó un libro delante de mis ojos llamando mi atención, pestañeé y volteé a verle.

—Sigues vivo, ya creía yo que te había dado un trance —estaba de pie delante de la silla donde me hallaba sentado, dejó el libro en el escritorio y me tendió un sobre de papel—. Acaba de llegar, es para ti.

—¿Quién lo envía? —tomé el sobre. Era liviano y de color ocre, a contra luz se notaba que solo había un delgado papel en su interior. El sobre estaba limpio, sin dirección, ni nombre, ni firma. Rob solo se hundió de hombros haciendo una mueca en desconcierto, desconocía quién la enviaba y de su mente no se le había ocurrido preguntarle a Saturno quien era. Suspiré fastidiado.

     Busqué una navaja en la mesa a un costado de la silla y me estiré hasta agarrarla, con lentitud abrí el sobre. Realmente me importaba un poco quien me envía cosas, siempre eran dos personas, Liam con sus chistes malos sobre gatos y fuego, como si comparándome con ello me haría reír. Y el Señor Nucete, el director de un programa de control de la ira según mi padre, quien me informó que asistiría cuando tenía once años solo por haber golpeado a un niño que no dejaba de molestarme en la escuela. Cómo resultado de un juicio en dónde todo estaba en nuestra contra. Así que asistí a la prisión por siete años. A causa de ello trabajo en un lugar pacífico y fuera de peligro, la pescadería. Reí y saqué el sobre ante el recuerdo del pequeño Orna.

     El papel tenía un gran sello negro con forma de arma con un cetaceo que a mi mente no le hizo gracia, hablando del diablo pensé. Exigía mi presencia dentro de cuatro días en una pequeña reunión de control y verificación de rutina. Chasqueé con mi lengua apretando mis dientes.

     Entorné los ojos y metí nuevamente el papel en el sobre. Me levanté, yendo hasta el casillero oxidado de color viejo, abrí el que me correspondía y lancé el sobre en uno de los bolsillos internos de mi mochila.

—Ni que piense que asistiré.

—¿De quién era? —preguntó, la voz de Rob me regresó a la pescadería y volteando a verlo para gritarle que no era su problema, se escuchó la campanilla de la tienda anunciando un cliente.

—Ve a atender, Robert. Hay trabajo —la voz calmada burbujeó sola de mi garganta.

     El chico tragó en seco, su mirada se tornó cautelosa como si yo fuese una bestia y dio media vuelta. Odio los días largos.

     Para tortura mía, el día fue largo, tedioso y con miradas de curiosidad de Rob, ansioso de preguntar. Vinieron las mismas personas, ordenaron los mismos cortes, de los mismos tipos de pescado. Un grupo de tres niños intentó hacerle una broma a Rob pidiéndole dientes de tiburón y tuve que echarlos antes de que robaran algo en la tienda. Cuando regresó el señor Fisher de su reunión, decidí marcharme excusándome sobre un dolor de cabeza.

—Primero debo notificarles algo a ambos, Frank.

     Suspiré soltando mi enojo en pequeñas burbujas de aire.

—Seguro —murmuré.

     Robert tomó asiento en el banco de madera junto al escritorio del señor Fisher, donde yo me había sentado antes. Yo solo me quedé de pie, resignándome a permanecer para evitar problemas.

Tiranía en una BurbujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora