—Socorro. Que alguien me mate, por favor —lloriquea Samy.
—¿La cabeza o los pies?
—Ambos. ¿Dónde está Gema?
Miro en dirección a su cama y compruebo que no está. La villa tiene tres habitaciones enormes, pero hemos metido todos los colchones en la misma porque nunca es tarde para compartir noches en pijama con tus amigas. Salgo al exterior y se me corta el aliento con las vistas. La madera oscura del suelo, la piscina que parece fundirse con el mar, la naturaleza rodeándonos. Me froto los ojos, me desperezo y sonrío. Podría acostumbrarme a vivir aquí.
—Es bonito, ¿verdad?
Gema está escuchando música recostada en la tumbona. Se quita un auricular para saludarme.
—¿Desde cuándo estás aquí?
—Hace un par de horas. No podía dormir.
—¿Otra vez el Trabajo de Fin de Grado?
—Sí —contesta casi en un susurro.
—No se lo digas a Samy o no te dejará en paz.
—Lo sé... He bajado al restaurante y me he subido cosas para desayunar. Están en la cocina.
—Creo que te quiero.
Le doy un beso en la frente y me tumbo a su lado. Acto seguido le envío un mensaje a Samy para que saque el desayuno a la terraza y ella me grita desde la habitación que somos un par de vagas. Después de ponernos hasta arriba de zumo de naranja y cruasanes de varios tipos, nos damos un baño en la piscina. Samy parece haberse librado de la resaca y se empeña en organizar los próximos días. Los restaurantes donde podemos ir a comer o cenar, las excursiones en barco que podemos hacer, las fiestas y conciertos que hay en la zona y las calas que tenemos que visitar. Gema y yo decimos a todo que sí. Yo le pido que me busque alguna empresa donde pueda practicar deportes acuáticos y Gema que le deje echarse una siesta de vez en cuando. Ella acepta con la condición de que la acompañemos a comer ostras. Cada una tiene unos intereses, pero todas nos adaptamos y compartimos, como hemos hecho siempre.
Todavía recuerdo cuando Gema y yo, compañeras de audiovisual, vimos por primera vez a Samy por los pasillos de la facultad. Nos preguntó si éramos estudiantes de Periodismo y ahí comenzó nuestra relación. Al principio, nos pareció una pija de manual, siempre iba de punta en blanco y caminaba como si estuviera en la Cibeles. Comenzamos a llamarla Barbie, y en nuestra primera fiesta universitaria, al coincidir por casualidad cuando ya el alcohol nos había quitado las vergüenzas, le confesamos el mote que le habíamos puesto. Ella se sintió halagada, dijo que todas somos Barbies, que las mujeres somos la raza superior, y poco después nacieron nuestros motes y nuestra amistad. Los años de universidad han sido duros, sacrificados, pero inmensamente felices. Gema se sacaba unos eurillos como camarera en un local de copas. Yo echaba una mano cuando hacía falta gente, aunque mi sueldo principal venía del gimnasio donde era monitora de spining, crossfit, pilates, zumba, o lo que hiciera falta. Hablo en pasado porque para nosotras, este verano, el mundo está en pausa. No sabemos qué pasará después de las vacaciones y no queremos averiguarlo todavía. Samy siempre ha tenido muy claro que quiere llegar a ser presentadora. Gema quiere trabajar como realizadora audiovisual en el campo de los documentales, pero está abierta a otras opciones. Yo siempre he querido dedicarme al deporte, practicarlo, hablar de él, motivar a la gente, crear planes adaptados, incluso redactar las noticias deportivas. La sección de deportes del telediario siempre ha sido mi favorita. Podría hacer cualquier cosa relacionada con eso y ni siquiera tendrían que pagarme. Pero, como he dicho antes, aquí, en Menorca, en pleno mes de julio, no existe ninguna preocupación más que echarnos mucha protección solar y disfrutar de la isla como se merece.
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No vamos a ser un jodido amor de verano
RomanceEl verano es la época perfecta para cometer locuras, ¿verdad? Así es como comienza esta historia, con tres amigas a punto de brindar para inaugurar el inicio de sus ansiadas vacaciones en Menorca. Con Cloe en busca de un abridor para poder descorcha...