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Todos los niños son diferentes, mientras algunos muestran ternura, comprensión y amabilidad, otros pueden llegar a ser crueles, muy crueles.

El entorno en el que crecen muchas veces llega a ejercer influencia en sus acciones, y son los padres quienes juegan un papel crucial al momento de inculcarles valores. Sin embargo, no siempre estos valores son los más adecuados.

Y Park Jimin lo sabía bien.

Lo sabía muy bien.

Él solía ser un niño gentil y amoroso, pero sus gustos poco convencionales lo convertían en un foco de burlas. Sus compañeros de clase se reían de él porque decían que bailar o juntarse con niñas no era "cosa de hombres". Pero Jimin ni siquiera sabía lo que implicaba ser un hombre, él era un infante.

Ese día de invierno, cuando las calles de Seúl se cubrieron de blanco por primera vez en el año y el frío comenzaba a calar los huesos de los transeúntes, Jimin regresaba de un ajetreado día en su nueva escuela.

Con la punta de sus pies daba pequeños saltitos en las huellas de la nieve estampada en el pavimento, era primera vez en sus cortos ocho años que presenciaba una nevazón, y su corazón estaba feliz por eso. En contraparte, su inocente alma no podía entender por qué sus nuevos compañeros de clase lo trataban tan mal, a él sólo le gustaba hacer cosas divertidas.

¿Es que acaso a los niños de la gran ciudad no les gustaba la diversión?

Detuvo su andar y se sacó los guantes para formar una pequeña bola con sus manos, no podía esperar llegar a casa para hacer un muñeco de nieve junto a su hermana Chaeyoung. Cuando ya bastaban unos cuantos metros para llegar al parque de su vecindario, un empujón lo hizo caer de sopetón al suelo. A duras penas logró frenar el impacto al estirar sus brazos para no golpear su rostro contra el pavimento.

—Miren nada más a quien tenemos aquí, si es nuestro nuevo amigo, Park JiGay —habló en tono burlesco uno de los bravucones de sexto grado. El resto del grupo soltó una gran carcajada que lo hizo querer llorar.

Ooh, el maricón quiere llorar —canturreó otro niño, apuntando con el dedo indice a Jimin. Todo el grupo se giró para verlo sentado en la fría nieve, mientras contenía sus lágrimas.

Aw, el bebé quiere llorar, a ver, llora —continuaron con sus burlas. En ese punto sus mejillas se tornaron rojas y las lágrimas comenzaron a trazar caminos en ellas.

—Tan maricón que ni siquiera puede aguntar una broma —soltó otro de los matones con un tono que contenía tanto desprecio que Jimin se sintió diminuto.

Quiso gritar y pedir ayuda, pero las calles estaban desoladas. Los autos ni siquiera pasaban por el lugar, no había ningún adulto que lo pudiese auxiliar.

—¿Quieres llorar de verdad maricón? Yo te haré llorar —habló un corpulento niño mientras se le acercaba con el puño en alto, dispuesto a pegarle.

Por inercia cerró sus pequeños ojos, ya luego tendría que inventarse una excusa para contarle a sus padres lo que le había pasado. Su padre lo solía regañar, le repetía que si quería que no lo molestaran más tendría que ser un hombre y pegar de vuelta, pero él no sabía cómo pegar.

Esperó el golpe, pero este nunca llegó.

—Deberías de meterte con alguien de tu tamaño —gritó una voz a lo lejos, el grupo completo de matones se giró en su dirección.

—¿Y tú quién te crees que eres? —le respondió uno del grupo.

—Alguien que si es de tu tamaño —contestó, para luego lanzarle con fuerza un balón de basketball en la cabeza. Los bravucones lo miraron con horror. —¿Quién más quiere un balonazo? —preguntó con ironía, el grupo entero negó con la cabeza antes de arrancar y perderse por los senderos del parque.

It's nice to have a friendDonde viven las historias. Descúbrelo ahora