๑•Capítulo Veintiséis•๑

245 27 5
                                    

Jimin se asió del picaporte y no se sorprendió de que la puerta cediera con tanta facilidad.

Entró y la cerró tras de sí aunque comprendió que sería inútil. No tenía cerradura. Buscó algo para colocar contra la puerta y de ese modo impedir su entrada, pero no lo halló.

El lugar donde se encontraba no era tan grande como la sala atestada de viejas máquinas; del techo colgaban cortinas blancas que llegaban hasta el suelo. Comenzó a caminar y se abrió paso entre ellas. Eran unas cuantas y, cuando traspasaba una, otra volvía a surgir. De pronto, las cortinas parecieron rodearlo y no supo en qué dirección seguir. Parecía estar en medio de un laberinto de tela, debía encontrar la salida, de algún modo, debía encontrarla.

Las cortinas lo envolvían y, por fin, distinguió un halo de luz delante de él. Se detuvo. Era la última; sabía que si traspasaba aquella cortina, lograría salir. Ignoraba lo que le esperaba del otro lado. Respiró hondo y comenzó a caminar nuevamente.

Corrió con cuidado la última barrera y comprendió que seguía atrapado. El laberinto solo había dado paso a una prisión más aterradora. Jimin comprendió en ese instante que su pasado lo arrastraba sin remedio hacia un círculo vicioso, donde su vida parecía estar condenada a repetir lo mismo, una y otra vez.

Su cuerpo se desplomó de rodillas. El suelo de cemento era áspero y lo lastimaba, pero ni siquiera le importó. Sus ojos castaños estaban clavados en la escena que el asesino había preparado para él.

El lugar no tenía ventanas; la luz que había percibido provenía de una claraboya que había en el techo. Había una cama junto a una de las paredes y unas esposas colgaban de los barrotes de la cabecera. El perfume de nomeolvides inundaba el lugar. Jimin vio los pétalos esparcidos sobre la cama y el suelo. No había nada más; solo la cama, las esposas y las flores. Tres cosas que su mente había enterrado por tanto tiempo y que, sin embargo, habían esperado pacientemente por él, para acecharlo y recordarle que había un destino que cumplir. Un destino del que ya no podría escapar.

No lo escuchó acercarse pero supo de inmediato que estaba detrás de él. Después de todo, hacía tiempo ya que venía siguiéndolo, como una sombra que se pierde en medio de otras sombras.

Lo sujetó del brazo y lo levantó. No protestó ni luchó. Tampoco lo hizo cuando lo acostó en la cama y pasó las esposas alrededor de una de sus muñecas.

-No estarás atado por mucho tiempo esta vez, Mini -le susurró mientras pasaba la cadena de acero por detrás de dos barrotes y cerraba el otro extremo de las esposas en la muñeca libre de Jimin.

El castaño cerró los ojos para no ver su rostro desagradable. No lo había vendado, pero sentía la enorme necesidad de apretar sus párpados con fuerza.

-Quiero que me mires, Mini. -Lo tomó de la barbilla-. Abre los ojos.

Jimin los cerró con más fuerza aún, hasta sintió que comenzaban a dolerle.

-¡Abre los ojos, Mini! -le ordenó.

Él empezó a llorar, pero sus ojos seguían cerrados. Pensó en Namjoon y en la última vez que lo había visto. Si iba a morir, al menos quería que la última imagen que se llevase fuera la del hombre que amaba.

-¡No! ¡No! -le gritó y le sacudió la cabeza.

Entonces, él lo sujetó del cuello y apretó su garganta.

-¡Mírame!

Jimin abrió los ojos; las lágrimas acumuladas le habían nublado la visión, pero aún así pudo distinguir la furia y la mueca de disgusto en su rostro.

Su mano seguía presionándole la garganta y Jimin sintió cómo, poco a poco, se le escapaba el aire. Se retorció en la cama, intentó mover las piernas, pero él se había sentado encima de ellas.

Siempre Me Recordarás- MiniMoni Donde viven las historias. Descúbrelo ahora