๑•Capítulo Diecinueve•๑

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Jimin abrió los ojos y estiró los brazos por encima de su cabeza. Namjoon sujetó una de sus muñecas y se la llevó a los labios.

-Me cuesta mucho controlarme cuando te tengo tan cerca -le dijo él mientras recorría el dorso de su mano con la boca.

El castaño se estremeció, aquel contacto desató de nuevo el torbellino de deseo que lo había embriagado la noche anterior. Sin dudarlo, se inclinó sobre el moreno y comenzó a besarle el pecho.

-Lo mejor es no controlarse, detective Kim. -Sus ojos castaños lo desafiaron abiertamente. Jimin contempló su rostro y le sostuvo la mirada mientras su boca trazaba cada
milímetro de su torso musculoso. Levantó la mano para recorrer su mandíbula áspera, luego las mejillas hasta posarse en sus labios entreabiertos para comenzar a descender, muy lentamente, una vez más.

-Llámame Nam -le pidió él y contuvo el aliento-. Anoche lo susurraste una vez y sonó maravillosamente bien.

-Nam... Nam -le susurró en su oreja.

Namjoon lo aprisionó entonces por la cintura y lo sentó encima de él. Era una invitación que Jimin no iba a desaprovechar. Comenzó a besarlo y Namjoon sintió una descarga de placer que lo dejó aturdido.

Jimin lo acariciaba y lo provocaba con la lengua en suaves movimientos circulares. Cuando llegó hasta dónde él deseaba que el castaño llegara y justo cuando creía que iba a estallar, el más bajo comenzó a desandar su camino de besos, subiendo de nuevo por el abdomen y el pecho hasta llegar a su boca. Se alzó sobre él y sus pectorales oscilaban sobre Namjoon.

Su ardor creció y sus ansias se hicieron cada vez más sofocantes, hasta volverse arrolladoras.

Y no quedó nada más que el castaño, la pasión y la magia que le entregaba.

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-Eres tan parecido. -Sus dedos acariciaban su mejilla temblorosa-. Es casi como tenerlo aquí.

Bae Yoosin volvió la cara, aquellas manos le causaban repugnancia. Había estado tocando su rostro durante toda la noche. Le había dicho que se parecía al hombre que él amaba tantas veces que ya había perdido la cuenta. No recordaba en cuántas oportunidades le había repetido que él no era el hombre que él creía.

No era Mini. Le había gritado su nombre, una y otra vez, pero él parecía no escucharlo. Lo observó mientras se dirigía a la ventana. Intentó zafarse, pero las esposas que le rodeaban sus muñecas y lo tenían atado a la cama no cederían con facilidad. No importaba cuánto se esforzara por liberarse, sabía que no había escapatoria posible.

No entendía qué hacía aquel tipo allí. Lo había dejado entrar a su casa porque lo había convencido con su historia de la encuesta para la Comisión de los Derechos de los Animales.

Más tarde, en un momento, él lo había sujetado por detrás y cuando despertó se encontró atado en su propia cama, con un conjunto de ropa que no era el suyo y peinado hacía un lado. El pequeño Bongo había logrado huir antes de que él pudiera hacerle daño.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? -le gritó y exigió su atención.

Pero él ni siquiera se giró a mirarlo. Su Mini no le haría aquellas preguntas; él sabría que, cuando estuvieran juntos, deberían cumplir con el destino que se les había asignado. Sería la última vez que haría aquello, ya no tenía sentido dilatar el momento del reencuentro.

Se giró lentamente y lo observó. Sus ojos estaban vacíos: lo miraban, pero no era a él a quién veían. En su mente y en su corazón era Mini el que estaba tendido en aquella cama y esperaba por él.

Siempre Me Recordarás- MiniMoni Donde viven las historias. Descúbrelo ahora