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Abrió los ojos con pesadez, el techo blanco sobre él lo hacia sentir pequeño, miserable, asqueroso.

Se sentía tan débil al no poder confrontar al que algún día fue el amor de su vida, lo recuerda bien, salidas a caminar, helado, hablar durante horas y horas en una simple banca fuera del centro comercial.

Todo eso lo atrapó, todo eso lo cautivó.

Fue un idiota al pensar de que siempre seria tal y como un cuento de hadas, pues ahora se encontraba lleno de hematomas verdes y violetas sobre su piel, sus pulmones suplicaban aire, su cuello estaba magullado, el sabor a sangre en su boca sabia espantoso, su espalda ardía, su pequeña entrada palpitaba en dolor.

Que idiota fue.

— ¡Ven aquí! — Se escuchó desde el living con ira.

Los ojos de Izuku se abrieron de par en par mientras su iris verde esmeralda tintineaba en miedo, con rapidez se levantó ignorando el pequeño mareo sobre su cabeza, sin importarle si está o no desnudo, fue hacia su encuentro.

El hombre se encontraba de pie, mirando sobre sus manos una corbata negra, sobre su pulcra camisa blanca, pantalones negros y zapatos Oxford a la par lo cubrían.

— Intenta ser de utilidad una vez en tu vida, y abrocha esto al rededor de mi cuello. — Demandó.

El pequeño de rizos verdes tragó el nudo alojada en su garganta e intentó hablar.

— Yo- Yo no sé atar una corbata. — Graznó, su voz estaba destrozada, tan rota y sin vida, llena de pavor nato.

Una sola mirada bastó para hacerlo callar, aun desnudo se acercó al cuerpo contrario, sus manos tan pequeñas y huesudas temblaban mientras las acercaba hacia el lazo sobre su cuello.

Lo tomó y empezó a crear un nudo, si tan solo tuviera la fuerza necesaria podría ahorcarlo ahí mismo, y huir hacia la libertad.

Lástima que ese no fuera el caso.

Dio varias vueltas sobre el nudo, pasando el lazo por los bordes y salida, al finalizar era un espantoso nudo sin forma sobre el cuello contrario.

Con temor y la mirada clavada al piso se alejó, el hombre mayor tomó entre sus manos un pequeño espejo y observó aquella monstruosidad.

Suspiró y la desató.

— Le diré a Dabi que me haga el nudo. — Murmuró para el mismo mientras se alejaba calmadamente de su pareja desnuda en el living.

Se acercó a la puerta, tomó el plomo entre sus manos y al abrirla el pequeño habló.

— ¿Cua-Cuando volverás? — El contrario se volteo, mirándolo de arriba hacia abajo. — Siento, siento que ya te extraño.

El de ojos como la sangre sonrió con picardía, vio cada hematoma, cada peca en la lechosa piel magullada, vio los dedos de los pies rojos ante el frio piso, vio aquellos muslos casi violetas y ese pequeño miembro totalmente dormido.

Vio aquel cabello desordenado, que desprendía pequeñas partículas rojas.

— Estaré aquí a las cuatro en punto, si no llego, llegará alguien más. — Dijo saliendo pacíficamente del lugar y antes de cerrar la puerta detrás suyo volvió a hablar. — Ya conoces las reglas.

Con un asentimiento de parte del más bajo, cerró la puerta detrás suyo, dejando con llave aquel lugar para luego alejarse de este.

— No salgas de la habitación. — Murmuraba para él mismo. — No saltes por las ventanas, no te autolesiones.

El pequeño se acercó hacia el cuarto del baño, tomó toallas limpias guardadas en gabinetes, sacó su propio shampoo y su propio jabón, entró en la tina y con agua totalmente fría a las ocho de la mañana, se bañó.

El agua corría por sus cabellos, bajaba por su rostro cayendo hacia su cuerpo magullado y salpicado en sangre seca.

— Si alguien llama a la puerta, no hagas ruido y ocúltate. — Volvió a murmurar. — No intentes contactar a nadie, no grites, no pidas ayuda.

Cerró el agua, puso las toallas sobre su frio cuerpo y cabeza, salió dirigiéndose hacia su habitación y buscó ropa bonita, por fin ropa suya.

— Si tienes hambre, cocina, no incendies la casa. — Murmuraba. — Si la quemas te asesinaré, no pidas comida a domicilio, si no puedes cocinar espera mi llegada.

Sobre su cuerpo empezó a vestir sus propias prendas, ropa abrigadora, de su propia talla y con su propio aroma, la abrazó como abrazar la ultima gota de esperanza sobre él.

— Haz alguna idiotez, y antes de matarte, te torturaré. — Finalizó mientras se acercaba hacia el único espejo sobre la pared en el cuarto del baño.

Vio aquellas prendas asentarse tan bien sobre él, se sentía tan cálido.

Lágrimas como cascadas y tan saladas como el mar empezaron a caer por la comisura de sus ojos, bajando por sus mejillas hacia el mentón.

Sorbeteó ruidosamente y fue hacia la cocina, tomó una silla, la arrastró hasta un estante y se subió a ella, a tientas sobre esta, alzando su delgada mano buscó entre las encimas la llave de repuesto que siempre usaba para escapar e intentar pedir ayuda.

Si no volvía, lo buscaría y mataría, tendría que estar antes de las cuatro en cuanto llegue, despojarse de toda su ropa, impregnarse en el olor contrario y usar grandes camisetas de este para no ser violentado una vez más.

Bajó con la llave en mano, dejó la silla como la encontró y se dirigió hacia la salida, metió la llave a la cerradura y esta giró, con un suspiro lleno de alivio abrió la puerta y salió cerrándola una vez más con aquella llave.

Necesitaba respirar, necesitaba sentirse libre aunque sea un par de minutos, necesitaba tanto esto.

Caminó, caminó y caminó hasta el centro comercial en donde sabia a ciencia exacta que tenia un sector verde donde niños jugaban y las personas comían, necesitaba ir.

Necesitaba tanto admitir la felicidad real de personas externas para recordar como era el ser feliz y vivir sin temores.

Al llegar vio todo tal y como lo recordaba antes de ser encerrado, antes de cometer aquella gran estupidez como el enamorarse de unos ojos rojos.

Por primera vez la suerte le sonrió con dulzura, mostrándole la única banca disponible en aquel lugar, y sin dudarlo se acercó.

Se sentó en un suspiro, echó la cabeza hacia atrás cuando escuchó.

— Vaya hombre. — Levantó su mirada con rapidez. — Me ganaste el asiento, ¿Vienes con alguien o me puedo sentar junto a ti? Me matan los pies.

Eran ojos rojos.

Ojos rojos tan brillantes como rubís, sin mordisco en su hablar, con un parpadeo desvió su mirada y sin querer causar estragos, se levantó.

— Lo-Lo siento, úsalo, me iré. — Murmuró en bajo aun siendo escuchado.

— Pero acabas de llegar, solo me sentaré un momento y me iré. — Dijo mientras se sentaba y palmeaba junto a él. — Ven, en cualquier momento los idiotas de mis amigos me empezarán a buscar cuando noten que falto.

Sonrió.

Realmente le sonrió, sus dientes blancos parecían perlas, sus caninos eran afilados y podía jurar que aquel cabello suyo era suave.

— Me llamo Katsuki, ¿Y tú? — Dijo en un suspiro mientras el más pequeño se sentaba a su lado.

— Izuku... — Murmuró. — Izuku Midoriya.

— Bonito nombre supongo, en lo personal no llamaría a mi hijo de esa manera, pero te queda. — Habló nuevamente.

Aquella voz era ronca, grave, pero no le provocaba ningún miedo, se sentía bien.

Sonrió para él mismo al darse cuenta de que hace tiempo no hablaba con nadie que no quisiera asesinarlo, sonrió al darse cuenta de que aquella esperanza diminuta dentro suyo, podría germinar.

Se sintió normal por primera vez en tiempo, tanto, que solo quería llorar al darse cuenta de que tendria que volver a aquel infierno que le esperaba.

Pepperoni extra, por favor. | BKDK |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora