PRÓLOGO

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||The Strangers||

||The Strangers||

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Narrador Omnisciente

Un accidente, dijeron mucho después, pero ellos estaban allí cuando sucedió y sabían que no se había tratado de un accidente. La nieve llegó antes que ellos, casi como un presagio blanco y frío que caía del cielo gris. Podían recordar cuán confuso fue.

El calor sofocante había azotado brutalmente la ciudad durante meses, que se convirtieron en años; una hilera infinita de días llenos de sudor, dolor y hambre. Ellos y su familia sobrevivieron. Mañanas esperanzadas se transformaban en tardes de escarbar la basura en busca de comida, de peleas estridentes y ruidos aterradores. Luego, sobrevenían los atardeceres de entumecimiento por los días largos y abrasadores. Solía sentarse con su familia a observar la luz que se desvanecía del cielo y el mundo que desaparecía lentamente delante de sus ojos mientras se preguntaba si reaparecería con el alba.

A veces, venían los locos, tanto de día como de noche. Pero en su casa no hablaban de ellos. Ni su madre ni su padre y, ciertamente, tampoco el hermano mayor, Newt. Parecía que admitir su existencia en voz alta podría atraerlos, como un hechizo que convoca al demonio. Solo Lizzy, un año menor que él (pero el doble de valiente, y la hermana de en medio), tenía las agallas para mencionarlos, como si fuera la única lo suficientemente inteligente como para reconocer la diferencia entre superstición y tontería.

Y era tan solo una niñita.

El chico sabía que debería ser el valiente; debería ser él quien tranquilizara a sus dos hermanas al ser el mayor de los tres.

«No se preocupen, hermanitas. El sótano está muy bien cerrado y las luces apagadas. Los malos ni siquiera sabrán que estamos aquí»

Pero siempre se quedaba mudo. Abrazaba con fuerza a la menor y con su brazo libre apretaba a la mediana en busca de consuelo, como si fuera su propia osita de peluche. Y todas las veces, era Lizzy, la hermana de en medio, quien le daba a él una palmada en la espalda. Los tres se querían tanto que les dolía el corazón.

Y los mayores siempre se juraban proteger a Nora, la menor de ellos, en silencio, que nunca permitirían que los locos la lastimaran, y luego esperaban con ansias los golpecitos que ella les daba entre los omóplatos con las palmas de sus pequeñas manos.

Así era ella.

Por muy pequeña que fuera no era tonta, tal vez allá sido porque la situación la obligó a madurar con rapidez, apenas si podía armar frases completas, pero podía entender la situación. Cuando veía a sus padres afligidos iba a abrazarlos, consolaba a sus hermanos cuando los veía preocupados, y lo más importante, trataba de no ser una carga cuando se encontraban con los locos.

A menudo, se quedaban dormidos así, acurrucados en el rincón del sótano sobre el viejo colchón que su padre había arrastrado escaleras abajo. Su madre siempre los cubría con una manta, a pesar del calor: su propio acto de rebeldía contra la Llamarada, que había destrozado todo.

INMUNE °Maze Runner°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora