Unus dies ante

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I

Odette

La mañana se sentía calma, como era costumbre. Sin embargo, estos días en el palacio se encontraban en una tensión absoluta. Faltaba un día para realizar el pacto antes de mi matrimonio.

Mi madre no hacía acto de presencia los últimos días durante las comidas o horas del té debido a los preparativos, de los cuales fuí completamente excluida (cosa de la que me siento eternamente agradecida, no sabría cómo manejar una boda sin siquiera conocer a mi futuro esposo).

Toda mi vida lo ví como algo lejano; como algo que nunca llegaría, y ahora se encontraba justo a nuestras puertas. Sinceramente hablando, no sabía cómo sentirme al respecto. Mi matrimonio era algo pactado por nuestro rey desde el día después de mi nacimiento. Principalmente para evitar una posible guerra entre familias, no era deseado por ningúna de ambas partes.

Tampoco sabía mucho sobre mi futuro esposo; mis padres lo aborrecen a tal punto de nunca hablar sobre ese tema. Y tampoco había venido al palacio hasta ahora. De más está decir que nunca había enviado una carta o una invitación. Continuaba siendo un misterio para mí el duque de Luthier.

Mi paseo por los jardines se extendió; era mucho más placentero cuándo no había nadie a mi alrededor para hacerme compañía. Las sirvientas se encontraban asistiendo a mi madre con los preparativos para el pacto y no podían estar al pendiente de otras tareas menores.

-Mi lady -Sorprendió sacándome de mis pensamientos Ronan-. No es habitual encontraros sin compañía. ¿Ha sucedido algo?

No pude evitar sonreír tímidamente. Ronan era para mí un amigo cercano. Es un caballero del ejército de mi padre. Fué designado cómo mi protector cuándo tenía la edad de doce años. Mi padre temía por mi seguridad desde el compromiso con el duque y decidió ponerme bajo la guardia de su más experimentado caballero.

-Solo me encontraba dando un paseo sir Ronan -expliqué-. La servidumbre está ocupada debido a los preparativos del pacto.

-Podría hacerle compañía si me lo permitís, mi lady.

Su sonrisa pícara apareció. Sus ojos color avellana no me dejaban otra opción más que aceptar. Nunca podía rechazarlo.

Asentí y comenzamos nuestro recorrido por los extensos jardines. Nuestras charlas siempre eran amenas y no tenían un tópico en especial, disfrutamos de la compañía del otro simplemente.

Al anochecer, decidí regresar al palacio. Sabía que sería la última noche en mis aposentos.

-Mi lady -llamó Ronan-. Incluso después de que el pacto sea sellado, estaré a vuestra disposición siempre que lo necesitéis. Sólo debéis llamarme.

Podía sentir la tristeza en su voz, era una despedida; había intentado evitar este momento pero sabía que llegaría. Tomé su mano por primera vez y una lágrima bajó por mi rostro mientras sentía por primera y última vez su contacto en mi piel.

Y así, me marché sin mirar atrás hacía mi habitación. Suspiré cerrando la puerta tras de mí. Todo esto era demasiado abrumador. La incertidumbre me estaba carcomiendo. Sólo faltaba pasar la noche para que mi vida quedara completamente unida al duque. Y no puedo imaginar qué se encuentra detrás de ello.

-Mi lady! -Comienzan a llamar a la puerta- Estamos aquí para ayudaros con su baño.

-Lo tomaré sola, podéis marcharos.

Comencé a desatar mi vestido y corsé hasta dejarlos caer en el suelo. Observé mi figura en el espejo por un instante, antes de entrar a la bañera.

Me sumergí durante lo que parecieron años, hasta que el agua se llevó una parte de mi tristeza. No podía evitar pensar en Ronan, en mis padres y en mi vida. En cómo nunca fué mía.

Comencé a frotar mi cuerpo con el jabón y las peonias dispuestas anteriormente por la servidumbre. Los pétalos se sentían ligeramente rasposos contra mi piel, sin embargo; lo disfrutaba plenamente. Tanto, que me mantuve más tiempo del esperado en la tarea.

Al salir, ví claramente el reflejo de un hombre en el espejo. Estaba observando detrás de la bañera. Mi corazón comenzó a latir descontroladamente al verme ante tal situación.

-Quién sois? -Lo encaré mientras me incorporaba-. Gritaré si te atreveis a hacerme daño.

El hombre, alto y con un cuerpo bastante fornido, se acercó hasta quedar a un paso de mí. Mi mano se apretó en mi pecho, sentía que no podía respirar ante su mirada.

Sus ojos color plomo se clavaron en mí, no se desviaron ante mi desnudez. Y súbitamente pronunció unas palabras que no podía entender.

El terror se apoderó de mí y cuándo estuve dispuesta a gritar, su boca tomó con fiereza la mía. Era un beso salvaje, no había otra descripción para ello. Sus brazos me sostuvieron mientras su ropa se empapaba por mi cuerpo mojado y su lengua abrió paso por mi boca cómo si fuera un arte.

Estaba embelesada, no podía apartarme, no podía respirar bajo sus brazos. Mi cuerpo no respondía a mis demandas. El beso se prolongó de tal manera que podía sentir a mis pechos endurecerse contra su camisa. Su lengua jugaba con la mía y se negaba a dejarla ir. Hasta que el sabor de la sangre inundó mi boca.

Me mordió.

Se apartó ligeramente de mí, mientras no podía evitar admirar su belleza sin pronunciar palabra ante tal acto descabellado.

-¿Quién sois? -pregunté en un susurro-.

-Ignosce me -pronuncio en una lengua desconocida, y acto seguido todo se volvió borroso en la habitación-.

El beso PaganoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora