Prólogo

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¿Te has enamorado alguna vez? Se siente bien, liberador, ¿cierto? ¿Es como te lo habías imaginado?

¿El amor lo conquista todo? ¿El amor empodera a un ser humano? ¿Realmente vale la pena? Si es así, ¿es el amor lo más poderoso que podemos tener?

¿Te sacrificarías por amor? ¿Morirías por amor?

Todas esas preguntas pasaban por mi cabeza cuando me di cuenta de que estaba enamorada por primera vez. ¿Quién iba a imaginar que mi media naranja había estado junto a mí desde siempre?

Podrás pensar que es estúpido, pero hubo un momento en el que estuve ciega. Me convencí a mí misma con mis propias mentiras y palabras. Me hice creer que no estaba enamorada, que era solo una fase, como todos solían decir. Creí que pasaría en algún momento, que la persona no era para mí.

Dijeron que encontraría a alguien más conveniente, pero ella es la mejor. Me pregunto, ¿cuándo empezó el enamoramiento?

Al principio estaba negada; luego me permití soñar y, al final, tuve una esperanza.

Fue difícil para mí admitir lo que sentía por ella. Estábamos en una situación complicada: era mi mejor amiga, antes que nada.

Amarla no fue mi decisión, tan solo se dio naturalmente. Un día me desperté deseando sus besos, sus abrazos y sus risas. Quería estar con ella todo el tiempo. Quería estar atada a ella, con nuestras manos esposadas, sin dejarnos ir.

Cuando sentí lo que era ser amada de igual manera, estuve extasiada. Era tan adictivo como el aroma de los girasoles o las margaritas; del vino o de perfumes costosos; de los libros y la lluvia. Este último era mi favorito, hasta que la conocí a ella.

Ella era mi luz en cada oscuridad. Era una artista destinada a pintar mi mundo aburrido y sin vida, eligiéndome como su obra maestra.

Una de las cosas que más atesoraba era la manera en la que capturábamos los momentos. Nos encantaba tomar fotografías y revelarlas. Amábamos ver las imágenes colgadas artísticamente, nos hacía sentir como en casa.

*****

Entré a mi oficina, que tenía un estilo semi vintage, y deambulé con la mirada. Marrón, blanco y unos toques de verde. Macetas con sus respectivas plantas, lápices, bolígrafos y papeles. Una computadora y una silla junto con una mesa y una estantería. Todo gritaba comodidad.

Caminé hacia la ventana para ver la ciudad concurrida. Coches tocando bocina, gente corriendo contra el tiempo y yo, sola. La taza en mi mano me quemó la piel cuando mis dedos la tocaron. Me la acerqué a la boca y soplé, esperando que se enfriase un poco. Tomé un sorbo, saboreando el café negro, deslizándose por mi lengua, dejando preciosas marcas en mi garganta, al igual que en mi mente.

El silencio fue masacrado cuando mi celular sonó en uno de mis bolsillos. La foto de mi amiga apareció en la pantalla, era ella llamándome. Toqué el botón verde y llevé el aparato a mi oreja.

"Hola, ¿estás libre hoy?". Habló.

Caminé hasta mi silla y descansé la espalda.

"Buenos días. ¿Por qué?". Le pregunté mientras dejaba el café en la mesa y masajeaba una de mis sienes.

"Quiero darte la invitación personalmente". Dijo y yo maldije en mi mente, me había olvidado por completo de aquel evento.

"Ah, eso... Sí, estoy libre hoy". Respondí con nerviosismo.

"¡Genial! ¿Podemos vernos más tarde entonces? Yo invito la cena". Rió del otro lado de la línea y yo sonreí al escuchar su genuina oferta. Me moví en la silla y acomodé el escritorio acorde a mi gusto.

P0LAR0ID | jenlisa (traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora