1

2.4K 200 111
                                    


Los rayos de sol se colaban entre las ramas de los árboles de copas altas, apenas era medio día y a pesar del calor insoportable, la sombra era la salvación para cualquier ser que odiara ser tocado por el cálido manto dorado.

Spreen se mantenía recargado en un árbol mientras partía con su navaja una manzana, no se la comería, pero le gustaba apuñalar cosas por placer.

No tenía planes para el día, había estado muy ocupado recuperando materiales para hacerse una casa más grande en el bosque. Odiaba ser molestado y no había mejor lugar que estar remotamente instalado lejos de la contaminación lumínica y auditiva de la comunidad que ya había formado un complejo de casas cercanas donde todos convivían en armonía.

Él no se sentía cómodo con ello, tampoco quería relacionarse más que para lo básico, aunque era autosuficiente para realizar cualquier cosa sin necesidad de nadie, así que la idea de vivir en soledad lo atraía mucho.

Alcanzó a escuchar en la lejanía unos pasos perdidos que se intensificaban conforme se acercaban. Se quedó quieto, sujetando con fuerza su navaja para cualquier eventualidad y esperó a ver quién o qué se acercaba hacia su dirección.

Metros más lejos alcanzó a percibir una figura que empezó a tomar forma hasta convertirse en un chico castaño con una sudadera color rojo y azul.

Roier.

¿Qué hace aquí?

Se guardó la navaja y empezó a seguirlo, pasos detrás suyo, sin que se percatara de su presencia.

Sólo cuando estuvo a un paso de distancia pudo voltear con pánico en los ojos, provocando que lanzara la canasta que llevaba entre las manos y cayendo estrepitosamente al suelo, intentando cubrirse.

–¡Spreen! ¿¡Qué estás haciendo, pendejo!? —le dice, sudando frío.

–Deberías de ser más cuidadoso, ¿no se supone que tienes un sexto sentido que te avisa lo que pasa a tu alrededor? —responde, mirándolo inquebrantable detrás de sus lentes oscuros.

–Sentido arácnido. —corrige. –Pero sólo funciona cuando es una amenaza. —se levanta mientras se sacude el pantalón y alcanza el asa de su canasta tejida.

–¿No crees que soy una amenaza para ti?

Spreen se acercó a él, acorralándolo entre el árbol y su propio cuerpo, sacando su navaja y acercándola peligrosamente a su cuello.

–Mhm, nop, me parece que no. Creo que me excita. —responde, burlándose.

–Bueno, ya está, mejor olvídalo.

Sus manos se levantan y se aleja de él para mirarlo de arriba a abajo, sin mover la cabeza.

–¿A dónde ibas? —le pregunta guardando su navaja otra vez.

–Estoy buscando setas. Quiero hacer una sopita. —responde, mirando en el piso cercano a los árboles si hay algunas por ahí.

–Lugar equivocado. Debes adentrarte más, aquí es muy seco para que crezcan. —le dice, cruzando sus brazos.

–¿Y crees que me puedas llevar, mi amor? —le dedica una mirada de súplica.

–Definitivamente no.

Spreen se gira y empieza a caminar en dirección opuesta, como yendo al pueblo, aunque en realidad quería ir a casa, pero su orgullo no lo dejaría retroceder.

–No, pues, gracias por nada. —se despidió Roier, volviendo a su tarea inicial.

Spreen caminó varios metros y se escondió detrás de un árbol para poder observarlo a la distancia, lo vio caminar perdido rodeando todos los árboles aledaños para buscar su objetivo y luego de media hora de inspección cruel, se masajeó entre las cejas y caminó hasta él de vuelta.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora