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Roier caminó hacia el pueblo, pero decidió balancearse entre las copas para llegar más rápido, casi no lo hacía y era un poco extraño, pero debía apresurarse para no dejarlo solo por mucho tiempo.

Llegó tan pronto como le fue posible y caminó hacia la plaza principal, donde se encontraba la biblioteca pública, pero se detuvo al observar a una gran cantidad de gente rodeando una carpa de color morado adornando el lugar, había música extraña y la mayoría de los presentes estaban sorprendidos.

Escuchaba muchos murmullos, algunos buenos, algunos malos, pero se acercó con cautela hasta ver los anuncios del lugar.

"Vegetta, el magnífico hechicero."

Un hechicero.

Nunca había escuchado de él y parecía que el pueblo en general estaba expectante a lo que quería decir, pero no estuvo seguro de relacionarse mucho, tenía otras prioridades.

–¡Eh, muchachito! Te veo un poco tenso, ¿quieres que te lea el futuro? —le dice, encontrando sus ojos, unos profundos y vibrantes ojos color lila.

–¿M-me, me hablas a mí? —pregunta en voz baja, apuntándose con el dedo índice.

Era imposible que lo viera hasta donde estaba, debido a la cantidad de personas frente a él, pero su mirada lo seguía.

–Sí, te estoy hablando a ti. —le dijo la misma voz, cerca de su oído.

Se sobresaltó y volteó a ver detrás suyo, encontrándose totalmente solo.

Un escalofrío recorrió su espalda y sus pies empezaron a avanzar sin su consentimiento, golpeando en el camino a los presentes, que lo miraban con cierta molestia por el atrevimiento. Se disculpó por cada golpe hasta que entró en la carpa. Las cortinas se cerraron detrás suyo y siguió avanzando hasta encontrarse una mesa adornada con un hermoso mantel de seda e hilos dorados bordados. Cientos de frascos y cajas adornaban el lugar, pero no entendía cómo podía caber todo eso en una carpa tan pequeña, quizá era un truco de magia.

–Es hechicería, muchacho. —respondió sin inmutarse.

–¿C-cómo? —preguntó apretando sus puños.

–Sólo vi la pregunta en tu cara y respondí, tranquilo. Pero dime... —cruzó las manos bajo su mentón. –¿Qué te gustaría preguntarme? —prosigue.

–Yo... no estoy seguro. Sabe, si le soy honesto yo sólo venía a la biblioteca. Lamento hacerlo perder su tiempo señor, pero podría ocuparlo en alguna persona más interesada.

Roier empezó a retroceder hacia la salida, intentando levantar las cortinas y al abrir se encontró en un desierto, el sol golpeaba la arena reflejando el calor con fuerza. No había nada, sólo ellos en la inmensidad.

–Roier, querido. Te ves tenso, ¿seguro que no quieres saber nada? —le dice, insistiendo.

–¿Cómo es esto posible? —pregunta, acercándose a él de nuevo.

–Bueno, algunos truquitos por aquí, por allá y trucutrú. —ríe con gracia. Su sonrisa era muy contagiosa, pero Roier estaba empezado a asustarse.

–¿Y cómo sabes mi nombre?

–Bueno, soy un hechicero muy poderoso. Lo adiviné, quizá. —admite, levantando los hombros.

Roier se impacientó, no tenía salida, pero creyendo en su palabras, quizá sí sabría dar respuesta a lo que buscaba.

–Bueno... tengo algunas preguntas para... poder ayudar a mi amigo. —le dice, mirando sus manos inquietas.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora