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Roier llegó a casa y vio todo hecho un desastre, había olvidado lo desorganizado que era y se sintió agobiado de saber que tendría qué limpiar todo aquello, el polvo había entrado por las ventanas que olvidó cerrar y no entendía cómo era posible que todo se ensuciara tan rápido.

Se quedó mirando un rato antes de empezar a recoger lo que estaba en el piso, se odiaba por no poder mantener en orden sus pertenencias, pero es que se le daba muy bien procrastinar en casa y ser de mucha ayuda para los demás, no tenía mucho sentido.

La tarde lo alcanzó y no pudo limpiar la mitad de su casa, pero al menos su cuarto y la sala de estar, incluida la cocina, estaban muy limpios. Quizá mañana limpiaría a profundidad el baño y el cobertizo, había herramientas que debía buscar por si le solicitaban más ayuda.

Puso su estación de radio favorita y se tiró en el sillón, prometiéndose que no volvería a hacer desorden o al menos, lo recogería al instante. Tomó un bocado del cereal con leche que se preparó, no tenía ánimos de ser un chef profesional y esa salida siempre era la más viable.

Sentía que alguien lo observaba, pero no tenía presentimiento sobre ello, intuyó que era causa del poco descanso que tuvo estos dos días, así que se frotó la cien y se relajó. La música lo empezó a arrullar y decidió dejar el plato sucio en el piso, ahí iba de nuevo, acumulando desastre, pero se sentía cansado como para levantarse a dejarlo en su lugar.

Se despertó de su siesta cuando eran las nueve de la noche, aún con mucho sueño. Olvidó prender las luces, así que la sala estaba totalmente oscura, no tenía miedo de ello, conocía su casa a la perfección, así que se quedó esperando a acostumbrar su vista, había reflejos que entraban de las farolas de las calles, no estaba totalmente a oscuras.

Caminó escaleras arriba hacia su habitación y al entrar sintió cómo dos manos fuertes lo tomaban de la cintura y lo lanzaban contra la cama, apresándolo entre su cuerpo.

No pudo gritar, una mano pesada tapó sus labios y sintió que su cuello era olfateado con desesperación, la criatura soltaba pequeños gruñidos que lo estaban poniendo más nervioso. Se odiaba, nada lo alertó del peligro y estaba consumiéndose en el miedo de ser herido por alguien mucho más fuerte que él, pero pronto lo recordó.

Spreen.

Se removió debajo del pesado cuerpo y logró quitar lentamente la mano de su boca, la criatura había soltado su agarre y sólo se quedó descansando en su cuello, tranquilizando su respiración.

–Spreen, deja de hacer esto. —le dijo, acariciando su cabello.

Y así fue, la criatura salvaje retrocedió de inmediato, dejando libre su cuerpo y sentándose frente a él, vio sus ojos tornarse lilas con la luz de la luna que entraba por su ventana, ya no era llena, pero aún aparentaba serlo.

–Roier, yo... —le dice, intentando explicarse.

El abrazo que le dio no fue esperado, Roier lo jalaba contra su cuerpo, tomando su espalda con fuerza. Spreen descansó la cabeza en su hombro, la vergüenza lo estaba inundando lentamente, como entrar en un pozo sin fondo que te jala hacia la oscuridad.

–¿Qué pasa? ¿Estás bien? —le dice, con el aliento en su nuca.

–Yo... necesitaba verte, no puedo explicártelo, sólo vine corriendo cuando no pude contener la ansiedad.

La desesperación en sus palabras le estrujó el corazón. Le recordó a la noche anterior cuando lo vio con los párpados hinchados de haber llorado, no quería pensar que había sido por su causa, por haberlo dejado solo toda la noche, pero en este momento empezaba a tener un poco de sentido el por qué irrumpió en su casa y el por qué él no se sintió amenazado.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora