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Spreen abrió los párpados, lo primero que hizo fue mirar hacia su pecho, donde una presión lo estaba molestando. Era Roier, estaba dormido. No entendió por qué estaban en el suelo y tampoco por qué él lo estaba abrazando así. Le dolía la cabeza y el pecho estaba entumecido por el peso del contrario, así que se movió ligeramente, aunque no quería despertarlo.

Roier se movió y levantó la cabeza con rapidez, haciendo que el dolor repentino lo desorbitara.

–Spreen... ¿estás vivo? —le preguntó, apenas como un susurro.

–Creo... que ¿sí? —respondió, dudando de sus propias palabras.

Roier abrió los párpados con sorpresa, había dicho algo, había vuelto a hablar.

–¡Hablas! ¡Estás hablando conmigo! —le gritó, lanzándose a sus brazos.

Lo dejó abrazarlo, realmente no tenía idea de lo que había sucedido, pero sentía que algo lo había aplastado hasta que se desmayó. Miró sus manos y sus uñas cortas, con sangre en las cutículas, también le dolía la piel debajo de ellas.

–Ro... ¿Qué pasó? —le pregunta, desorientado.

–Yo, eh, ¿no recuerdas nada? —responde, mirando sus ojos. –Eh, tus... ojos...

–¿Qué tienen mis ojos? —pregunta con extrañeza.

–Son... lilas.

Lilas, lilas y brillantes. La esclera ya no era color negro, había vuelto a su color, pero el iris sí había cambiado, ya no había rastro de esos ojos café oscuro que conocía desde hace tanto. Hoy era una persona totalmente diferente y no tenía una explicación lógica.

Roier lo inspeccionó hasta que dirigió su mirada a su cabeza y su expresión se transformó hasta formar una cara de miedo, sus ojos sólo mostraban la confusión por la que pasaba y Spreen no dudó en preguntar lo que estaba mal.

–T-tienes, tienes o-orejas. —terminó.

¿Orejas?

La duda lo hizo llevar con temor sus manos hasta la cabeza, palpó lentamente con los dedos hasta que encontró dos bultos peludos que se escondían ligeramente con sus rizos. Su mirada se oscureció, el miedo pudo verse salir lentamente de su mirada e incluso parecía salir de cada poro de su piel.

Se levantó y salió corriendo hacia el baño, tropezando con algunos escalones. Llegó, con las piernas temblando y tomó valor para elevar la mirada hasta su reflejo en el espejo.

Roier tenía razón, tenía orejas. Las orejas humanas no estaban, parecía que habían desaparecido o implosionado. No podía ser posible, ni siquiera recordaba nada de lo que había sucedido.

Empieza a reflexionar, ¿qué hizo antes de todo esto?

Recuerda caminar con Roier por el bosque, recuerda el lodo pastoso ensuciando su ropa, recuerda llevarlo a su lugar preferido para que recogiera setas, luego un... ¿eclipse?

A partir de ese punto todo empezó a tornarse difuso, recuerda sentir a Roier cuando se puso detrás suyo, también recuerda haber gritado, interponiéndose ante él cuando una cosa extraña venía a toda velocidad para atacarlo. Pero sólo eso, no hay más.

Quizá una voz conocida llamándolo, pero no estaba seguro. Era obvio que sería Roier, pero no recordaba ninguna de sus palabras o incluso cómo habían llegado a su casa si él nunca le había dicho cómo llegar. Tenía muchas preguntas, pero no había nadie mejor que Ro para respondérselas.

Se lavó la cara, intentando controlar sus pensamientos y finalmente salió hacia la sala donde estaba él, quería saber todo lo posible sobre los eventos ocurridos.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora