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La mañana llegó pronto, podía escuchar los pájaros cantar desde los árboles aledaños y esa sensación de calma inquieta y embriagante. Roier apenas pudo incorporarse en el incómodo sillón y sentir cómo sus huesos se acomodaban. Miró al piso hasta que escuchó los pasos de Spreen bajando por las escaleras.

–Buen día Ro, ¿dormiste bien? —le pregunta, sabiendo la respuesta.

–Bien, bastante bien. —miente.

–Perfecto. ¿Tienes hambre? —intenta aceptar la respuesta previa.

–No mucho, prefiero un té. —responde seguro de sí.

Spreen lo observa con cautela, pero se acerca a la cocina para calentar agua en su tetera y poner a tostar un par de panes.

Roier camina intentando ocultar el nerviosismo y se sienta en la barra del comedor mientras lo observa en sus tareas.

–¿De qué querías hablar? —Spreen corta el silencio.

–Eh... pues, sólo quería saber si estabas mejor. —responde, muy poco convincente.

–¿Sólo eso?

Sus ojos lilas lo inspeccionaban de arriba a abajo, buscando un atisbo de duda en su expresión y poder descubrir por qué se veía tan nervioso.

–Es sólo que... no pude encontrar ningún dato importante y me desanimé un poco, pero te prometo que buscaré la manera de saber más.

Spreen pudo ver la verdad en su rostro, y es que era real que no había podido encontrar información al respecto, pero al final estaba mintiendo con la verdad.

–Ya lo veo... no te preocupes, creo que es algo que debía descubrir yo mismo. —admite, un poco triste.

Le acercó la taza de té y el azúcar, se quedó mirando ambas tazas antes de idear un plan donde pudiera colocar el extraño brebaje en su bebida y buscó pretextos para hacer que se distraiga, pero Spreen parecía especialmente atento a su persona y eso lo estaba poniendo nervioso.

–Ten, deberías comer un poco, las tostadas con mantequilla y azúcar podrían ser una opción. —le dice, acercándole el plato con las tostadas.

–Muchas gracias, pienso lo mismo. —responde, mirándolas pensativo.

–No hay de qué.

–Crees... ¿crees que puedas prestarme una cucharita? Me gusta beber mi té con cuchara para poder enfriarlo. —dice, mirándolo.

–Claro, voy.

Spreen se levanta y se acerca a los cajones de la alacena, mientras tanto Roier abre con desesperación el frasquito y vierte el contenido en su bebida, apurándose antes que él se gire, pero igual él ya tenía una espinita picando su curiosidad.

–Aquí tienes.

Le ofrece la cucharita y se acerca a tomar una cucharada del té antes de ser detenido por él.

–Oh, mi error. Ese té es mío, es de manzanilla, el tuyo es de canela, lamento la confusión, ¿podemos cambiar las tazas? ¿tienes problema con eso? —le pregunta, con inocencia.

Roier se paraliza, sonríe con terror disfrazado de diversión y deja caer la pequeña cuchara sobre la mesa.

–No, para nada, tómalo, tómalo. —le dice, acercando su taza hacia él.

–Bien, sabía que lo entenderías. —responde, sonriéndole y pasándole la otra taza.

Asiente nervioso y mira su pan, lo toma y se acerca a darle un mordisco.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora