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Cuando abrió los párpados vio a Roier encima suyo, cerca de sus labios otra vez.

–¿Qué se supone que estás haciendo, idiota? —le dice, quitándoselo de encima y persiguiéndolo por el piso de la sala hasta ponerse encima suyo y apretarlo con fuerza contra el suelo de madera.

–¡Yo sólo intentaba reanimarte! —le dice, cubriéndose la cara con nerviosismo.

–¿Por qué siempre tienes qué besarme? —espeta, con molestia.

–¡No te estaba besando, te estaba reanimando! —se defiende, mirándolo a los ojos.

Sus ojos... otra vez eran negros, por completo. El corazón latió con más fuerza y se quedó apreciándolos hasta que escuchó un rugido grave que lo obligó a taparse la cabeza con los brazos.

Spreen se quedó mirándolo, pero esta vez empezó a olfatear en el aire.

¿Qué era eso? ¿Era él?

Roier jadeó cuando sintió su nariz inmiscuirse en su pecho, olfateando lentamente, sintiendo la respiración pesada subiendo hacia su cuello, que ahora se estremecía por la sensación.

–Spreen... ¿qué haces? —le pregunta, con el cuerpo totalmente inmóvil.

–Hueles... hueles a duda, a incertidumbre, hueles a... miedo.

La última palabra pronunciada fue saboreada entre sus labios, obligándolo a lamerlos con excitación.

–¿Qué dijiste? —responde, atrapado entre su cuerpo pesado, que lo desconcentraba.

–Hueles a miedo. —repitió, pero esta vez Ro vio cómo de las manos que antes querían golpearlo empezaban a salir uñas largas de color negro, que reemplazaban a las anteriores, luciendo amenazantes.

Roier se congeló, pero sólo pudo aguantar la respiración cuando él volvió a olfatearlo y sintió sus uñas enterrarse en sus hombros, haciendo que se quejara por el ligero dolor punzante.

Spreen sacó la lengua y la pasó desde su clavícula hasta debajo de su oreja, sin dejar de oler lentamente a su paso. El olor era atractivo, excitante, bastante interesante y quería mucho más de él. Sintió el cuerpo del otro tensarse de inmediato y sus manos intentando alejarlo, pero esa acción sólo lo obligaba a lamer más, lentamente.

–N-no... ¿qué estás haciendo? —preguntaba, con temor en sus palabras.

Pero al mismo tiempo él podía percibir un olor nuevo y embriagador, algo dulce que acariciaba sus fosas con fuerza, impregnándose como con pegamento en sus pulmones.

Esto era nuevo y ser tan consciente de sus sentidos estaba haciendo más placentera la sesión de olfatear indiscriminadamente su cuello.

Se decidió a dejar un beso húmedo cerca de su mejilla completamente enrojecida y el olor sólo aumentó su intensidad, descubriendo de qué se trataba. Esto era obra suya y era adictivo.

–Te gusta eso, ¿verdad? —preguntaba, besando su mejilla muy despacio.

Roier gimió en respuesta, pero fue algo que no planeó, su cabeza daba vueltas y la vergüenza pudo matarlo, quería morir en ese momento. Los constantes besos en la mejilla y las garras que ahora lo rasguñaban sobre la ropa, lo estaban poniendo mal y eso era malo.

Para Spreen los olores estaban siendo más consistentes, más fuertes, incluso podía alucinar creyendo que veía el color de esos nuevos olores, como si el miedo fuera color morado oscuro y la excitación fuese color rosado intenso.

Estaba maravillado e impresionado por este nuevo "poder", nunca pensó ser capaz de tener sentidos tan desarrollados y quizá su descubrimiento sería algo divertido de explorar, intentando conocer los olores de las emociones más intensas en cada persona o, por el momento, en el tan avergonzado Roier que lo miraba con los párpados entrecerrados y los labios apretados en una sola línea, pero a pesar de su negativa ante su tacto, el olor que salía de su cuello lo estaba delatando.

Contratiempo /  SpiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora