—Ten un bebé de una vez.
Esa era la frase favorita de mi padre.
Nací en una casa donde las mujeres solo eran vistas como herramientas para dar a luz, ya estaba en mis veinte. Justo enfrentando el momento crucial de mi vida.
En las puntas de mis dedos había cerca de cincuenta fotografías de diferentes hombres. Se trataban de los candidatos para convertirse en mi esposo que papá preparó. Aquellos que tomaron la iniciativa y se ofrecieron voluntarios porque deseaban su empresa, y aquellos que fueron recomendados para fortalecer nuestros vínculos con otras empresas. Había varios motivos, pero yo debía casarme con uno y engendrar un niño. Esa era la razón de mi existencia en esta casa.
No creo que pueda amar a otra persona.
Me pregunto cómo es que todos creen en algo tan ambiguo como el amor. Era algo extraordinario para mí. Que no pudiera hacer algo que cualquier persona común y corriente podía, quizá se debía a que fui una persona que nunca fue amada apropiadamente.
Me detuve con las interminables preguntas sin responder que tenía desde que nací y miré las fotografías frente a mí.
Que lo eligiera a él fue realmente una coincidencia.
El mayor motivo de mi decisión fue que su fotografía estaba hasta el fondo de todas. El orden de las casi cincuenta fotografías se determinó en base al beneficio que proporcionaría cada persona a la compañía. Ya que se encontraba hasta el fondo, prácticamente él era inútil para la compañía de mi padre. Como venganza contra papá, elegí su fotografía. La persona que se mostraba en ella era un hombre sencillo que podías encontrar en cualquier lado. Un hombre cuyo único atributo real provenía de la atmósfera diligente que emitían los anteojos sobre su rostro. Aunque se trataba de una fotografía que se entregaría a una potencial pareja de matrimonio, no estaba sonriendo en lo absoluto. Lo que es más, incluso parecía que estaba fulminándome con la mirada. Furioso.
Su porte poco halagador resultó contrariamente en una impresión favorable.
Examinando el currículo en la parte trasera de la fotografía, estuve aún más segura de que me casaría con esa persona. Su historia indicaba que luego de graduarse de una universidad de segunda categoría, entró a una empresa de nivel medio que podrías encontrar en cualquier lado y cumpliría cinco años desde que empezó a trabajar ahí este año. El motivo para que un hombre como él se postulara fue para salvar la compañía de su abuelo, eso había escrito. Me sentí extraña.
—Qué idiota.
Antes de darme cuenta, ya había dicho esas palabras. Tomarse la molestia de casarse con una mujer que no amaba para salvar a alguien más. Tiene que ser increíblemente bondadoso y amable para su propio bien.
— No creo que pueda amarte, pero si estás bien conmigo.
Eso fue lo que dijo la primera vez que nos vimos. No puedo olvidar la expresión de mi padre cuando lo escuchó. Tenía el ceño fruncido con los hombros en alto, mientras me gritaba que me rindiera con ese hombre. Fue tan entretenido que no lo pude evitar. Solo con eso, fui feliz de haberlo elegido.
Y nos casamos.
Cuando nuestro matrimonio apenas comenzaba, me dijo esto:
—Podría matarte y robarme todo el dinero que heredes. Aun así, ¿estás bien conmigo?
Pensé que era un hombre que decía cosas interesantes. Si realmente planeaba algo así, se quedaría callado y lo haría; sin embargo, por algún motivo, buscó mi consentimiento. En el mismo instante en que lo declaró, tuve la certeza de que no me mataría; pese a eso, por alguna razón, tenía una mirada seria y sonreí sin contenerme. En ese momento, se me ocurrió un juego.
